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Lo juro por el osito Bimbo y la virgen de Guadalupe, capítulo primero, de novela inédita de Paco Ignacio Taibo II

Paco Ignacio Taibo II
 
         – Yo sé que usted que es feminista no le va a dar mucho valor, pero me cae de madre que cerré el burdel más grande de Santo Domingo; 11 pinches días, con sus noches, pa´mí solito… bueno, y unos cuates… 16 putas, m´hija…
         El viejito alzaba la vista al cielo de los santos putañeros, los san lenones y los san congales, para agradecerles aquellos momentos inolvidables; hasta que se le escurría tantito la baba.
         – ¿Y no le da vergüenza haberse robado un barco de petróleo de todos los mexicanos? Ya ni chinga, el mero día de la nacionalización petrolera. Usted es un culero, abuelito.
         – No era petróleo nacionalizado, el día que me lo chingué era petróleo de la Sinclair. Por ese pinche barco nadie le pagó expropiación a los gringos. Además, se lo querían llevar para Texas. Y yo solito con dos escuadras colt del 45 y muchos güevos, eché al mar a los gringos… bueno, ya estábamos en el mar, estábamos saliendo de la barra de… ya pal rumbo de Veracruz…
         Y se rascaba el pecho a través de la camisa entreabierta como si le hubiera dado urticaria.
         – ¡Qué pinche vergüenza! Un capitán del ejército, robando un barco de petróleo.
         – La carne era débil, Olguita; y yo, como que ya estaba cagado del ejército… De todas maneras no todo me lo gasté en putas, también fundé un orfanato y levanté una estatua de mi general Felipe Ángeles en Panamá… Ni pedo, fue un pecado. Para pagar las culpas, luego me fui a la guerra de España.
         Era una tarde rara, de esas que escasean en el DF. Amable, pero con una luz a medias que se filtraba en agujeritos de la nube de smog. Si estuviera escribiendo esto, diría que todo era irreal. De cualquier manera esta era la versión número tres de lo que el abue Inocencio había hecho con el dinero que dejó el petróleo del barco robado, con sus nuevas variantes, ni mejor ni peor que las anteriores; variaciones de mitómano consumado. Yo no le hacía mucho caso concentrada en una de las penosas labores de mi sexo, hacer que la cola de caballo que me estaba peinando quedara derecha. ¿Cómo puede quedar chueca una cola de caballo? Mira que es difícil, pero yo tenía esa habilidad: nada de lo que pudiera quedar derecho quedaría. Hasta la pasta de dientes salía chueca al ponerla en el cepillo. El mundo no era simétrico. La simetría era un concepto teórico, al que le valía madres mi cola de caballo. Deshice y volví a empezar dale que dale con el cepillo.
         Ese fue el momento terrible de aquella tarde irreal:
         – ¡No me lo puedo creer!- dijo el abuelo reapareciendo por la puerta del baño sacudiendo un papelito
         – ¿Qué traes?
         – Tu acta de nacimiento.
         El cepillo voló de mi mano, pero el viejito conservaba sus reflejos.
         – ¿Te llamas Olga María Carlota? ¡Tus padres no tenían vergüenza!                                                                                
 
         La mañana empezaba definitivamente mal. Ya lo he dicho por ahí: de todas las culpas que no tengo, la que menos tengo es la de portar nombre de pinche heredera porfiriana: Olga María Carlota Lavanderos. Y ahora el abuelero, el culebuelo, me lo iba a estar refregando por el hocico durante meses.
         Como no pude golpear al abue, que se escondía tras el refrigerador, salí desarmada a romperle la madre a una ciudad que no me quería. Baja de forma y con la cola de caballo chueca.


II
        
Toda ciudad tiene su arma letal. En México defe, la tierra de los defeños, los defectuosos, los defenitivos y los defesperados, para no ser menos tenemos dos: Los temblores y la lluvia. Ahora tocaba lluvia. Supongo que no debería llover más que en otras ciudades bendecidas por el agua, pero el rumor decía que era más, mucho más; cortinas líquidas que parecían las puertas del cielo cerrándose, nubes negras negrísimas que derrotaban a la frontera grisazul del smog, calles que en media hora se convertían en lagunas, pequeños ríos sucios donde poco tiempo antes no los había. Y los defectuosos con el agua, nos transmutamos: los choferes y las choferas se vuelven más pendejos y pendejas, las madres de familia de la oligarquía, en tremenda camionetota de narco y con chofer llevan sus hijos al cole y se estacionan en triple fila, mientras soeces insultan al resto de los humanos; los vendedores de lotería insisten en que ellos tienen el número mágico, los taqueros de esquina miran con ojito meloso a los perros callejeros y los taxistas, ya en el colmo del delirio, le ven rasgos de inteligencia al presidente de la república.
         Viajaba en la moto en nivel de riesgo 7, tratando de mirar a través de los ojos oxidados por la lluvia, el casco estorbando la visión e intuyendo si debajo de un charco había un socavón esperando para engullirme. Un viento cañón aventaba torbellinos de agua que zarandeaban y eso que no iba a más de 20 por hora. En la lateral del circuito interior el agua había entrado en una tlapalería y dos hombres se afanaban sacando cubetas de agua sucia que volvía meterse en la misma cantidad y al mismo ritmo.
         Estacioné en el sótano del edificio y le puse triple vuelta de cadena a la moto con la esperanza de que el que se la quisiera robar se enredara en ella y anduviera por la vida como fantasma pendejón de película gringa. Sacudí con fiereza la chamarra como perro lanudo y trepé en el elevador sólo para encontrarme que en el reloj checador en lugar de mi tarjeta estaba un sobre donde me informaban de mi despido. La pura hojita de apartirdehoylaempresanonecesitadesusservicios. Ni siquiera un cheque de indemnización, o de perdida el pago de la quincena.
         Olga María Carlota Lavanderos, oculta tu felicidad por haber perdido la chamba en una empresa culera-culerísima que hacía revistas fantasmas que editaban doscientos ejemplares y terminaban en las mesas de consultorios de dentista donde nadie las leía, pero le servían al dueño para cobrar tarifas de publicidad exageradas. Sobreponte al neoliberalismo y muestra de perdis un resto de indignación ante el capitalismo mandilón. Avancé hacia el centro de la oficina donde media docena de futuros desempleados esperaban en sus escritorios mi explosión y me arranqué con voz bajita que fue subiendo poco a poco:
         -Voy a demandar a esta empresa por pago de vacaciones atrasadas, por no respetar la jornada de ocho horas, por hacerse pendeja con el seguro social, y de pasada porque los pinches extintores estás secos desde hace un año. Voy a escribir un reportaje en el Hola sobre como el gerente se tira por turno a las secretarias y como las licuadoras que nos regalaron en navidad estaban descompuestas y de remate voy a ir al programa de radio del Güeso a informar el fraude de las revistas patito que aquí hacen. Voy a mandar una carta a todos los anunciantes contándoles cómo se los transan por pendejos. ¡Y además les voy a regalar unas zapatillas de ballet para que se vayan todos de puntitas de chingar a su madre!
         Salí de la oficina francamente feliz y además con un pinchurriento cheque de 3 276 pesos. De lo perdido lo que se aparezca.

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