Así como la luz escarba en la materia
y llena de licores trashumantes
esa lengua carmesí,
así verbalizó un rayo lo indecible
e imaginó a los primeros hombres
que fueron dibujados en la arcilla
por la mente ociosa de una sombra,
plena de trances
y matices extasiados
que impusieron el desdore del vacío.
Así como la luz escarba la materia,
amaneció de pronto,
mientras turbias amapolas
abrían sus perfumes
al gran sonámbulo tras la brutal rendija
de la primera noche.
Él,
le dio rostro al polvo
y frotó un par de sílabas en su frente
ya manchada desde el nacimiento:
muer-te,
desde el vientre del ramaje,
póstuma hojarasca de un árbol de jade
en función a desecarse en el Edén.
Retozaba un anchuroso viento
que ligero comprimía
el fruto ambivalente
y el glande de una espora inquieta
que fecundó lo oscuro
que fermentó el conocimiento,
causa del recelo,
de ese numen repugnante.
Los expulsó,
por un capricho incomprensible,
mientras una de sus luciérnagas
era aplastada en la bóveda nocturna
al unísono del tenue grito de lo triste.
La verde hoja resollaba entre los higos,
pero insuficiente fue contra el pudor.
Los despreciados huían de la demencia,
ya descalzos, ya desnudos,
y con el corazón tembloroso y agitado.
Nadie ha podido aliviarse
desde aquel destierro.
Siguieron probando la corteza fosca
del agrio néctar de la rabia.
En efecto, su creador,
era un voluble niño
en un cuerpo de gigante.
Los ojos de los expulsados
se deslumbraron con verdades
del austero conocer de la materia.
Un fruto de luz se fue extinguiendo
mientras alguien se paseaba en el jardín
a la hora de la brisa.
Él maldijo
a mujer y a hombre condenados,
aun sabiendo de su arrebato tentativo
por comer del árbol del lenguaje.
El deseo reptaba
para desocultar los misterios
y hundirse en los abismos.
Tal conocimiento era reservado
a míticas deidades
de disolutos animismos
que inventaban otros mundos.
Los exiliados
exploraron su sexo, dactilaron cavidades.
con ansia de encontrarse en los opuestos.
Hasta que nació el primero del incesto,
aquel de nombre maldecido,
el primogénito de las tragedias.
Caín, portador de las calamidades,
reo en una cárcel propia hecha de pulsiones.
Apenas balbuceante
ya labraba las dunas y las grietas
para apaciguar el temblor de su vientre
con esperanza de insuflarle vida
a lo que inerte ha nacido.
Pero no hubo trigo
que mitigara el resquemor abdominal.
Ni aun lamiendo la gamuza de la vid
pudo detener la sed extraña
que lo arrumbaba entre sequedades.
Hans Giébe nació en Pachuca. En el Estado de Hidalgo cursó sus estudios superiores (UAEH y UPT). Es escritor, editor y abogado. Fue publicado en Amsterdam (Extracto MMXII, 2012) donde también participó en exposiciones plásticas. En Francia lo publicó la revista Poésie Premiere nº 64. Algunos de sus libros son: Evocación al silencio (2013), Soliloquios y Los Fragmentos de la revelación (2014). Es presidente de la Asociación Civil ARS Artistas en Retribución Social y director del sello editorial Vozabisal S. A. de C. V.