Luego del sacrificio de maíz y el desollamiento azteca, mexica o tolteca, su alteza
se cubría tal cutis resurgido con pellejo, la epidermis extirpada fungía cual máscara.
Así lograba lo feliz e inclusive curar enfermedades, etcétera. Impregnándolo indiviso
un ferroso gusto a sangre, irrealidad, retazo en salida por intersticio, tajado contimás
al jadeo filoso: abrir-pelar-quitar-lavar (hablando excepcional).
El cantar del cenzontle chilla cuando se despedaza, zarandea y aúlla, un haz de luz
azoga y es mercurial. Oh señor hechicero carmesí, colibrí carmín o don Xipe Tótec
en grato frenesí, si todas las criaturas gimen, según la profunda doctrina del apóstol
Pablo ¿por qué no deberían ser consoladas? Entonces, fluyan efusiones a ofrendas
pues tanto es necesario extraer jugo limpio como crúor impío.
Un sorprendente rasgo del sacrilegio, en torno al insondable andrajo, es ese vector
interno que cuasi cunde a gangrene. Su cercene produce horror, pavor, vergüenza;
antes, ahora, después. Arremete vil o cruel vía cuchara, cuchillos, pinchos, parrillas,
tenazas y tinajas que acumulan grasa. La mermelada de fresa choca con una gracia
sólo comparable a la belleza, nueva y apiñada, entalla renacida.
Respecto la dádiva humana, para brindar algo a un Dios hay que destruirlo frente al
hombre. Imposible las restantes partes: guerra, mutile, purga, tortura. Junto a pomos
de conserva: órganos, cortados dedos, orejas, tejido, músculo, pelo, uñas. Ablación
en plenitud con los desechos el mundo intestino, vascular. Decorticar es festivo, un
Camaxtli colorado u operador preciso. Su encarnado, dorado.
Ya sin sutura desbocan, atiborran su hocico y ojos hendidos con los colores zapote,
amarillo, albahaca, pino y musgo. Lleva consigo el abismo, la vida e incluso muerte,
no solamente sino completamente. Plumas de codorniz al trazo, sonajas colgando.
Suena un chicahuaztli y llueve goteando hacia la líquida violencia, mancha las caras
atónitas de los parásitos plácidos en el rostro del murciélago.
Poesía de Juan Aguzzi
Detrás de la risa Bajo el cielo de un mediodía encendido impulsados por los vibrantes sonidos del barrio, deslizábamos las