La muerte pendular de Raimundo Manzanero

Leonardo Padura Fuentes

 

Noticia

El pasado domingo 21 de octubre, a las 4 y 23 de la tarde, Raimundo Manzanero, de 46 años, casado, subdirector económico en funciones de la Dirección Nacional del C.A.N. (Combinado Avícola Nacional), y vecino de la calle Josefina 146 en el reparto Sevillano, en esta capital, se ahorcó en su vivienda, sin explicar verbalmente o por escrito la causa de este lamentable acontecimiento. Según los peritos, los preparativos del ahorcamiento fueron hechos con todo cuidado, como si Raimundo Manzanero tuviera experiencia previa en tales actividades suicidas.

La soga, atada de una viga del techo –que había quedado descubierta al explotar la capa de cal y cemento que cubría- alcanzaba la altura necesaria para que el lazo llegara justo al cuello de un hombre de cinco pies y seis pulgadas parado sobre una silla (tamaño standard: 42cm.), y el nudo corredizo había sido previamente tratado con grasa para facilitar su mejor rodamiento. Mientras, los forenses que realizaron la autopsia, al rendir el informe de la defunción, especificaron que la muerte se había producido por asfixia y no por desnucamiento, pues el occiso conservaba perfectamente intactas todas las vértebras de la región cervical y significaron, en cambio, que el estómago del difunto presentaba las granulaciones y mancas características de una úlcera incipiente aunque tal vez en estado ya doloroso. Los investigadores policiacos, por su parte, admitieron en el informe del caso la muerte por suicidio, aunque especificaron que aún no habían hallado la escalera necesaria para atar la soga de una viga de un techo de 4.2m. de altura y que les resultaba especialmente sospechoso la ausencia de una carta en el escenario de los hechos, pues las estadísticas indican que más del 99% de los suicidados por ahorcamiento explican por escrito la causa de su fatal decisión.

Aunque la noticia del suicidio del compañero Raimundo Manzanero no se publicó en ningún periódico nacional ni provincial –como tampoco se suelen publicar los suicidios que a un ritmo creciente se registran cada día en el país-, lo cierto es que con este atentado perfecto contra su vida, Raimundo Manzanero traicionó todos los credos posibles: el de su militancia política (era miembro del partido desde 1978), el de su militancia religiosa en sus años de niñez (había sido monaguillo y monitor de catecismo en la iglesia de San Juan Bosco, en la barriada habanera de Santos Suárez, entre 1952 y 1957) y el de su responsabilidad familiar, pues era padre de cuatro hijos (en tres matrimonios), el menor de los cuales contaba apenas con tres años de edad.

Póstumamente Raimundo Manzanero fue analizado por su Núcleo del Partido debido a su actitud inconsecuente ante las dificultades y el cura párroco de la capilla del Cementerio de Colón, en esta capital, se negó a oficiar la misa de difuntos solicitada por la madre del occiso, en virtud también de su actitud incompatible con los mandamientos cristianos. Finalmente, su joven viuda, Eloísa Espinel, desconcertada aun con la irreversible decisión de quien fuera su esposo, comentó entre los dolientes y allegados que la rodeaban en el velorio que su difunto marido no merecía el perdón de Dios ni de los hombres y mucho menos el de ella, que le había entregado lo mejor de su juventud a aquel hombre “desconsiderado e inconsciente”, según sus propias palabras.

El sepelio se efectuó en lunes 24 de octubre, a las 3 y 35 de la tarde, con la escasez de flores que se afronta en estos momentos, y contó con la presencia de unos pocos familiares y amigos y sólo un compañero de trabajo, una joven secretaria extrañamente atribulada con el suceso. E.P.D.

Testimonios

“Por Dios que no me lo puedo explicar. Claro que yo conocí a Mundito desde que era un niño. Su mamá lo inscribió en el catecismo cuando cumplió los seis años y siempre pensé que era un poco místico, tanta era su fe. A veces tenía sueños que parecían revelaciones, y estoy seguro que no los inventaba, por Dios que no. Por eso lo hicimos monaguillo y responsable de un grupo de catecismo. Siempre pareció una persona con gran amor a Dios y eso nunca obstó para que fuera el mejor segunda base que jamás tuviera el equipo de la iglesia, el único team capaz de ganarle a las estrellas Maristas y de la escuela de Belén. También, por supuesto, era el capitán del equipo. Luego de las vicisitudes de la vida lo alejaron de su religión: el trabajo, las novias, las clases por las noches, pero de vez en cuando pasaba por la iglesia, me pedía la confesión y luego comulgaba, hasta que por el año 62 dejó de hacerlo. Por todas esas cosas es que entendí que años después profesara la doctrina comunista y hasta militara en el Partido: él era un convencido y necesitaba expresar su convencimiento. Es una lástima, porque lo recuerdo siempre como un joven vital e imaginativo, incluso hasta escribía versos y todo. Pero es lamentable que haya caído en uno de los pecados mortales más aborrecibles, pues sólo el Señor está facultado para decidir el destino final de los hombres: Él nos da la vida y únicamente Él puede quitárnosla cuando lo decida. De mí parece que se ha olvidado porque en enero cumplo 92 años. “(Padre Serafín Arnaz, párroco –auxiliar- de la iglesia de San Juan Bosco).

“La verdad, aquí hay algo que huele mal. Uno está metido veinte años en esto por gusto, y yo he visto cada cosa… Claro, ya el caso está cerrado, y a lo mejor es preferible dejarlo así y no revolver la peste. Pero lo de la escalera es rarísimo, por varias cosas: tenía que ser una escalera de tijeras, porque la viga está en el medio de la habitación y ésta no se podía recostar contra la pared, y no es fácil conseguir una escalera de tijeras de 3 metros. Y no sólo es que no haya aparecido la dichosa escalera, sino que nadie la ha visto: ni la viuda, ni el presidente del CDR, ni el carpintero que vive a media cuadra, en el 136, y que hace todos los trabajos de la zona. ¿Está raro o no está raro? Pero no vamos a calentarnos la cabeza, ¿verdad? Y lo de la carta… ¡Primer ahorcado que veo sin carta! Siempre la hacen; porque parece que eso da valor para guindarse. Es, como dice el Manual, “típico”. Los que se dan candela (las, debo decir, porque la candela es cosa mujeres) nunca escriben nada, ni los que se tiran por un balcón, ni los que se ahogan en la playa. Los que se matan de un tiro o las se empastillan, casi siempre dejan la carta, pero es que los ahorcado si lo hacen, siempre-siempre. Que yo haya visto, primer ahorcado sin carta. Entonces, ¿no está rarísimo el caso?” (Teniente Cristóbal Cárdenas. Unidad Territorial La Víbora, Ciudad Habana.)

“No, no, les juro que no: yo no tenía nada con él… Pero es que me dolió tanto. En la Empresa había gente que decía que era un cuadrado, un dogmático, otros decían que era un oportunista y hasta los que decían que era, y perdón por la expresión, tremendo hijo de puta… Pero ninguna de esas gentes lo conoció de verdad. Era un hombre sensible al que le había pasado algo muy grande. Lo digo porque yo trabajé con él mucho tiempo y yo soy muy observadora, la verdad, es una virtud que tengo, ¿no? Había veces que él estaba en su oficina y se quedaba mirando así por la ventana que da a la calle, donde hay unos algarrobos viejísimos, y se le perdía la vista, como si estuviera viendo algo que nadie podía ver. Un día que estaba así se me ocurrió preguntarle qué le pasaba y, ¿saben lo que me dijo? Oues me dijo que estaba pensando en el verso de Martí que dice estoy en el baile extraño. Fíjense si me impresionó que más nunca se me ha olvidado. Estoy en el baile extraño, qué triste y terrible, ¿verdad?” (Aleida Alou, Secretaria “A”, Subdirección Económica C.A.N.)

“Claro que no, claro que no lo entiendo. ¿Qué un compañero como el compañero Mundo, es decir, el compañero Raimundo, flaqueara así? No puedo entenderlo. Yo creo haberlo conocido bien, porque trabajamos juntos mucho tiempo y militamos juntos desde 1978, yo mismo fui el dúo que le hizo crecimiento, hasta eso, y no entiendo. ¿Qué debilidad podía tener un hombre como él que no se atrevió que enfrentar lo que fuera por difícil que fuera? El suicidio es inadmisible, compañero inad-mi-si-ble. Además, un cuadro tan responsable y cumplidor… Nada, que no lo entiendo.” (Joaquín Zanabria, Sec. Gral. Núcleo No.1, P.C.C., C.A.N.)

Nota: No se pudieron obtener los testimonios de Eloísa Espine, viuda de Manzanero, ni de Aldo Hernández, amigo de niñez del difunto. La viuda dijo que ya sabíamos su opinión sobre el caso (remitirse a declaraciones hechas durante el velorio) y Aldo Hernández se disculpó argumentando que mucha gente tenía la culpa de lo que había sucedido, aunque el principal culpable era el propio Manzanero, y que no se sentía en condiciones de juzgarlo.

Documentos

Según consta en el Expediente Laboral de Raimundo Manzanero Ortiz (no. 44120300242, Dirección Nacional de Combinado Avícola Nacional), Ingresó en esta dependencia en 1970, luego de cumplir satisfactoriamente su labor al frente del campamento cañero “La Esperanza” –Ministerio de Comunicaciones-, durante la Zafra de los Diez Millones. Ubicado en la Dirección de Cuadros, ocupa su jefatura en 1976, en la que permanece hasta 1984, en que es promovido a Subdirector Económico de la Empresa. No presenta sanciones laborales de ninguna índole. Tiene de modo permanente los méritos laborales (c) –trabajo voluntario-, (d) –participación en guardias y otras actividades del centro-, (b) –por disciplina y el cumplimiento de sus responsabilidades-, y el (a) –por haber sido elegido Trabajador Destacado-. Además obtuvo en otras ocasiones méritos tales como el (g) –superación educacional-, (f) –movilización permanente en la agricultura o la construcción- y (h) –aporte extraordinario a su centro de trabajo en investigaciones, control de la calidad, o premios y reconocimientos especiales, etcétera-. En las evaluaciones periódicas de su Expediente de Cuadro, la dirección de la empresa siempre evaluó de Satisfactorio y Muy Destacado su trabajo y se recomendó al Ministerio su promoción a niveles e dirección, En 1976 se le asignó un auto particular (Peugeot), además del que le correspondía de la plantilla del centro por su responsabilidad, y en 1982 le fue repuesto por uno nuevo (Lada 1200). En 1980 le fue entregada una casa en el Reparto Alamar. En 1984 le fue entregada otra casa, en el reparto Sevillano, pues al divorciarse de su segunda esposa, madre de dos hijos, debió irse a vivir en casa de sus padres. En varias ocasiones viajó al extranjero (URSS, Bulgaria, RDA, Venezuela, Brasil y otros) en misiones de trabajo, que también desarrolló satisfactoriamente y en una ocasión a Checoslovaquia en un viaje de estímulo e intercambio concedido por el Ministerio.

Apunte hallado en una agenda de 1982 de Raimundo Manzanero.

“Abril 22. Plan del día:

“9 a.m. Despacho en la Dirección. Asunto: Truene de Alcántara por los 325 pollos que se perdieron en el matadero de Santiago de las Vegas.

“11 a.m. Reunión con Mirta y Ernesto para la revisión de la plantilla.”1 p.m. Despacho en la Dirección. Revisión de los convenios de C.A.M.E.

“4 p.m. Reunión de Departamento. Información del resultado del caso Alcántara, de la revisión de la plantilla, de los nuevos convenios C.A.M.E., evaluación de Aleida y Figueredo, opiniones sobre la petición de nuevo equipamiento para la oficina y Asuntos Generales.

“Lino día, como todos mis días. Cada vez más siento que estoy en un baile muy extraño, muy veloz, siempre circular, del que no puedo escapar. Sísifo y la piedra. Prometeo y las águilas. Afuera el cielo es azul, como sólo puede serlo en abril, y en los algarrobos hay esta mañana más gorriones que nunca. Sobrevivo. Sobrevivo.”

Nota en la última página de París era una fiesta, de Ernest Hemingway (Editorial Arte y Literatura, Colección Huracán, Ciudad de la Habana, 1988, 184pp.), hallado en el librero de Raimundo Manzanero.

“Leer esto me ha producido dolor en el alma. En el medio del alma. Es devastadora e implacablemente desconsolador para un tipo como yo. Y él tiene razón; París no se acaba nunca, pero hay gentes para las que jamás empieza. Y gentes para las que empezó y se acabó inmediatamente. Hace falta valor para ser muy pobre y muy feliz. Voy a cumplir 46 años.”

Chismes callejeros y comentarios de pasillo

Roberto alcántara, administrados del matadero No. 1, “Amistad Cubano-Soviética”, Santiago de las Vegas, C.A.N.: “Siempre dije que era un hijo de puta y que iba a terminar así”.

Lidia Mendoza, secretaria de la dirección del C.A.N.: “Últimamente siempre estaba como ido y el jefe le dijo: Mundo, ponte pa esto y no pa la cola del pan. Pobrecito.”

Enrique Corrales, carpintero, vecino de Josefina 136: “Seguro se dio cuenta de que la mujer le estaba pegando los tarros con el cartero. En casa de Mundo el cartero siempre llamaba dos veces.”

Magdalena Grau, primera esposa de Manzanero: “Yo me imaginaba que un día iba a hacer esto. No se puede vivir pensando que uno puede ser distinto. Y mi hijo Mundito va a ser igualito, por Dios.”

Consuelo Armenteros, empleada de limpieza Dirección de Cuadros del C.A.N.: “Imagínate, la última vez que estuvimos hablando un rato me pregunto si yo iba a limpiar pisos toda la vida. Y sabes que le dije –ay que horror-, le dije que estaba aspirando a su puesto y que se cuidara.”

Roberto Ortiz, tío materno de Raimundo Manzanero “¿Y de verdad tú crees que se mató el mismo? Qué va, yo voy a averiguar bien, porque Mundito no era hombre de eso.”

Sergio Figueredo, jefe de personal de la Dirección Nacional del C.A.N.: “Coño, con lo bien que vivía el muy cabrón. Casa, carro, viajes, sus pollitos y pavitos de vez en cuando, una jevita joven… Qué clase de comemierda. Total, mientras hubiera cinco pollos en la isla él se iba a comer uno. Allá él, ¿no?”

Otro documento

Página manuscrita (papel bond 8 y medio por 11, membrete de la Dirección Nacional Combinado Avícola Nacional, C.A.N.), hallada en una gaveta, entre diplomas, cartas de reconocimiento, bonos de trabajo voluntario, evaluaciones, etc., en la vivienda de Raimundo Manzanero.

“Hoy, en la playa, hablando con Aldo, sentí mucha lástima por él. Quisiera poder decírselo, pero sé que no me voy a atrever nunca, y por eso lo escribo, para decírmelo por lo menos a mí mismo, que estoy en su mismo saco. Aldo dice que es feliz, y de verdad lo es, sólo porque está vivo, es saludable y puede ir un domingo a la playa con su mujer y los muchachos. ¿Esa puede ser la utopía de la felicidad? Seguro que no, Aldo –como yo- apenas sobrevive. ¿Y cómo vamos a sobrevivir? Apenas somos un recipiente que contiene vida, pero esa vida se ha secado porque no conservamos la razón del riesgo: nos conformamos, y así vamos sobreviviendo. Siempre pensé que sobrevivir es cosa de animales: comer, dormir, procrear. Vivir en otra cosa, más creativa y, justamente viva. Pero no hay vitalidad ni creatividad en lo que hacemos y somos. Él no quiere a su mujer y se conforma con pegarla tarros; no resiste a Eloísa, pero le ríe las gracias; NO tantas cosas, pero las acepta. Y yo, ¿por fin qué quiero yo? Creo que apenas ser yo mismo, y no me atrevo. Me he pasado todos estos años traicionándome para tener lo que tengo, que no es lo que debería ni querría tener. Creo que un día… (y se interrumpe el manuscrito).

Análisis subjetivo de un suicidio pendular y esbozo de una carta posible que nunca se escribió

Nunca se sabrá, con la necesaria objetividad, qué pensaba Raimundo Manzanero la tarde del 21 de octubre, cuando –al menos oficialmente- decidió buscar una escalera de tijeras de por lo menos tres metros1 para pasar, por el mínimo espacio que existía entre la viga de acero y la placa de hormigón, la cuera engrasada de la que colgaría a partir de las 4 y 23. Tal vez Raimundo no pensó que aquella era una de las tardes más hermosas del año: había sol, el cielo estaba limpio, y, sin embargo, una brisa decididamente otoñal refrescaba la ciudad y anunciaba una noche delicada y apacible. Quizás si pensó que apenas con dos sacos de cemento –siempre se pueden resolver dos sacos de cemento- se podía arreglar ese desconchado en el altísimo puntal del techo de aquella casa –su casa- construida en 1930 por unos dueños desconocidos y desamorados, que la abandonaron para siempre en 1961, cuando pusieron proa a Miami. A lo mejor hasta pensó que para muchos él era un hombre afortunado: tenía casa, carro –particular y estatal con asignación especial de gasolina-, viajaba al extranjero, vestía y comía bien –pollo ya nunca comía, había logrado hastiarlo- y a sus cuarenta y seis años disfrutaba una esposa de veinticinco, trigueña bien formada y fiel hasta donde sus informes y certezas le permitían asegurar. Pensó, por supuesto que lo pensó, que colgarse por el cuello duele muchísimo y que los segundos que demora la muerte en llegar son, literalmente, agónicos, y que después, balanceándose todavía, el ahorcado saca la lengua –y no parece una burla-, se mea y hasta se caga. Y no lo pensó, porque no lo hubiera hecho, que en su caso y en su muerte era imprescindible y disciplinado dejar una carta, o al menos un memorándum, explicando el porqué de su decisión.

Si Raimundo Manzanero hubiera escrito su última carta tal vez se habría granjeado la indulgencia de algunos de sus detractores. O quizás no: simplemente ni la carta lo hubiera justificado. Pero si en definitiva se hubiese decidido por la imprescindible –tratándose de su caso- carta, es casi seguro que se la hubiese dirigido a sí mismo, pues no tenía a nadie a quien culpar ni a nadie a quien perdonar y mucho menos a nadie a quien explicar el por qué de su determinación. Es difícil imaginar que hubiera escrito esa misiva a sí mismo: aunque tratándose de tan cercano destinatario, con pocas palabras habría bastado. Quizás sólo con una.

Pero, definitivamente y comprobadamente, tal carta nunca existió y sus pensamientos de esa tarde y el motivo de su decisión quedan en el campo de la más subjetiva y anfibológica especulación. De lo que no hay lugar a dudad es que Raimundo Manzanero, al tiempo que traicionaba todos los credos posibles al emprender aquel baile extraño y pendular, estaba tratando de reparar su más insoportable traición.

1Finalmente la presunta escalera empleada por Raimundo Manzanero fue hallada en la casa de su tío Roberto Ortiz –con lo cual quedaba demostrado policialmente su suicidio-, a seis cuadras del lugar de los hechos. Parece increíble que su tío no recordara en varios días que poseía ese tipo de escalera y más aún que nadie viera a Raimundo Manzanero transportar un objeto tan evidente –en pleno mediodía del domingo- desde ña casa de su tío a la suya, pasando frente a dos bodegas, un bar clandestino, la esquina donde se reúnen los vendedores de flores y hasta una zona de los CDR y que luego la devolviera –otra vez sin ser visto- a su lugar de origen. Además, la soga engrasada que esperaba por el cuello del suicida debió estar colgada del techo más de quince minutos, mientras Eloísa Espinel y su pequeño hijo dormían la siesta

dominical pues, como ella misma refirió durante la investigaciones, “no quiso ver la película de la Tanda del Domingo porque era sobre una niña que se queda ciega y ella ya tiene bastantes desgracias ajenas en la televisión”.

 

La Habana, 1992.

 

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