Por Jorge Manzanilla
Siempre será muy raro encontrarse con libros donde uno se sienta culpable o termine con un malestar, pienso en cómo hay poemas que a uno se parece y cómo hay consciencias que nos hacen repensar quiénes somos y en qué parte del oficio estamos jugando. Alejandro Paniagua presenta el libro de una generación repleta de referentes pop y voces en off que están en el backstage de nuestro oficio. ¿Cuántos de nosotros crecimos en una familia disfuncional? A veces el vació se parece a un videojuego que nunca quisimos jugar.
Por Jorge Manzanilla
Siempre será muy raro encontrarse con libros donde uno se sienta culpable o termine con un malestar, pienso en cómo hay poemas que a uno se parece y cómo hay consciencias que nos hacen repensar quiénes somos y en qué parte del oficio estamos jugando. Alejandro Paniagua presenta el libro de una generación repleta de referentes pop y voces en off que están en el backstage de nuestro oficio. ¿Cuántos de nosotros crecimos en una familia disfuncional? A veces el vació se parece a un videojuego que nunca quisimos jugar.
Tatuajes de un mexicano herido tiene un aliento semejante a Pizarnik y un tanto me recuerda a Olga Orozco, los referentes al Tarot y al cuestionamiento son fundamentales para la creación de este libro. La poética de Paniagua es el de un acumulador, llena su habitación y sigue trayendo cosas para casa, es un coleccionista de emociones y sus referentes son habituales para todos nosotros. Paniagua juega con las perspectivas de contarnos su percepción del mundo: “Cuando era niño, su padre murió de un pastelazo. Su madre permanece en estado de catatonia sobre la cuerda floja. Su esposa lo engaña, de forma simulada y en silencio, con un mimo”. (17)
El cambia la perspectiva y nos conduce a una voz más personal: “Otras veces, luego de dispararle a quemarropa a un hombre, me asomo con un ojo por la herida y hago girar al moribundo. La ira, los rencores, las culpas y las ruindades del muerto van conformando estructuras indescifrables de un sinfín de colores”. (25)
Somos una generación que creció con la violencia y el amor hacia los videojuegos y somos una generación que se ha refugiado de las maquinitas para olvidarnos un rato de los gritos del padre o las ausencias familiares. Paniagua nos conecta con un México entre los 80s y 90s, el libro nos enseña los primeros videojuegos, los primeros acercamientos a la política mexicana de una generación que apenas descubría el malestar de nuestros padres. Tatuajes de un mexicano herido no excluye nada, todo lo integra y por ello el libro está repleto de un collage que pasa por Mario Bros, Salinas de Gortari o Caballo de Troya. Todo parece caber en unas páginas o un Atari.
Todos somos un baúl o unos pepenadores que metemos basura a la casa creyendo que podrá resanar nuestro pasado. Quizás por eso Tatuajes de un mexicano herido, exige releerse y repensarse las veces que sean necesarias. Incluir a Shakespeare y luego hablar de Pac-man, creo que sólo puede hacerlo Paniagua. Sin errar, sin temerle a los símbolos establecidos. En este sentido, el deconstruye y no lo hace con ideas Derridianas, lo hace porque nos compromete a involucrarnos en las consciencias de los personajes. Estructuralmente me parece un libro de postales que uno no quisiera tener, pero existen y están tatuadas en la sangre. Paniagua maneja un humor y crudeza al mismo tiempo, pareciera que busca reunir todos los temas posibles y los lleva a una generación que está tatuada con los recursos pop que todos llevamos dentro. No solo recomiendo el libro, recomiendo las relecturas y más reflexiones.