La costra de la tierra: naturaleza revelada

 

Por Mercedes Alvarado

 

Hace más o menos un año me invitaron a presentar esta misma novela, La costra de la tierra, y en aquel momento hablé de dos dimensiones en ella; la crisis como detonar y el viaje que ésta nos obliga a iniciar: hacia una misma y hacia otros puntos geográficos. Hoy, y como pasa con los buenos libros tras releerlos, debo decir que he encontrado no dos sino tres ejes fundamentales, cada uno abriéndose en sus dimensiones y que de una forma distinta Esta novela, generosa, se ha vuelto a abrir frente a mí. 

 

 

Quiero abrir justamente con las palabras de Sofía, la protagonista, cuando explica: 

‘Las autopistas me causan una inquietud nerviosa, como cuando de niña me arrancaba las costras de las heridas porque creía que por debajo de ellas mi piel no respiraba. se me figuran costras que sofocan la piel de la tierra, una superficie endurecida sobre las llagas que los seres humanos le provocamos y ella no puede rascarse.’

Partiendo de esta declaración, hablaré ahora de La Costra de la tierra como de un terreno en el que tenemos tres grandes conceptos que se entrelazan, se cruzan, se golpean, se coquetean, se reconquistan, se repelen y se complementan… esa es la arena sobre la que se mueven nuestros personajes. 

 

 

  1. El viaje es un estado emocional. 

Sofía está cansada de la vida en la ciudad, cansada de la violencia sostenida, del miedo, de las jornadas interminables. Hay un detonador y se marcha. Pero viajar no es solamente el movimiento físico de llevar nuestro cuerpo de un punto geográfico a otro, ni el esfuerzo de supervivencia por el que hay que atravesar cuando una se está moviendo a la zona caliente más caliente del país, no… aquí Francesca nos habla del viaje como de un estado emocional. 

Es que hay que tener mucho coraje para echar la vida a andar, para salir de la parálisis del miedo y buscar un punto de entrada a ese fluir natural en el que se mueven las cosas de la tierra. A este punto volveré más adelante, por ahora apunto que hay una manera natural, viejísima, de suceder del mundo que todas conocemos y que sin embargo tenemos reaprender de manera consciente.

El estado de viaje significa aceptar y abrazar lo no estable, significa el regreso a la naturaleza nómada que tiene el ser humano y además significa saber, aceptar y aún querer que haya otras posibilidades más allá de las normas siempre binarias y siempre con los bordes bien delineados de lo que significa el modelo de vida de la profesionista súper ocupada en la ciudad súper caótica, súper insegura, súper transitada. 

Irse, estarse yendo; esta es una novela sobre el atreverse a vivir en el me estoy yendo. Aunque una nunca sepa bien a dónde va, qué hay ahí o si va a llegar, pero bien que sabemos cuando es tiempo de irnos. 

 

  1. Una larga oración.

Digo ‘oración’ en el sentido de ‘las cosas que nos decimos bajito porque las verdades no necesitan gritarse sino sentirse cerquita del cuerpo y de todo lo que una es’. 

En este camino Sofía, la viajera, aprende y aprehende la sabiduría de las culturas viejas; lo mismo escucha a un hombre hablar en p’urhe que se da el tiempo de sentarse en el monte para sentir las señales que la tierra le va dando. 

El personaje principal no es Sofía aprehendiendo todo esto, sino la tierra misma. Tierra – ente vivo, tierra que se mueve, tierra que tarda miles de millones de años en generar las condiciones para que un día empiece a crecer un volcán, o se mueva una placa tectónica, o se llene de sargazo medio caribe, o…  las maneras de hablarnos de la tierra están aquí, en el libro y a la vista de todos nosotros. Y hay que mirar con mucha cautela y disposición para recuperar el vínculo natural que tenemos con ella. 

Escuchar a la tierra es escuchar nuestra propia oración interna. 

 

  1. Lo primitivo no se recupera: se libera. 

Estamos frente a una trama apocalíptica; muy al estilo de La Roca, Schwarzenegger o Bruce Willis… el mundo como lo conocemos colapsa en un periodo brevísimo de tiempo, el malo es el hombre [la humanidad] y la única posibilidad de recuperación está justamente en manos de la humanidad… casi como en Hollywood. Pero casi, porque esta es una trama feminista y humanista. 

Así que, cuando la tierra empieza a sufrir terremotos, se abren surcos, se vienen abajo las ciudades; cuando la desgracia realmente se cierne sobre las poblaciones, se libera también el instinto de supervivencia y con esto ‘el bien’ y ‘el mal’. Vamos, no falta el que va buscando a quién robarle, a quién violar, a costa de quién sobrevivir, pero pasa otra cosa, igual de natural: el orden debe restablecerse. 

Y son las mujeres las que van marcando pauta, las que deciden dónde instalarse, qué sembrar, cómo establecer los vínculos sociales; y los hombres siguen su pauta, se suman, trabajan en equipo.

En este nuevo orden, no sirven los diseñadores de moda, los empresarios ni los oficinistas; son esenciales los campesinos, los maestros, los curanderos… hay un movimiento natural, que los personajes deben buscar y esforzarse por entrar en el, pero que fluye hacia lo más relevante: nuestra naturaleza revelada. 

 

 

Mercedes Alvarado

México, 28 de junio de 2019

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