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La casa. Rocío García Rey

Acaso no supimos cómo albergar sueños en esta casa.

Serpenteaba la tristeza, serpenteaba la ansiedad.

Tabique sobre tabique mis padres construyeron los sueños que creyeron nunca serían devorados.

Hoy de puntillas quiero llegar a esa casa que no es diminuta como mi departamento.

Sé que me quedaría quieta, impávida por las ausencias.

Esa casa, ahora, es mi absoluta orfandad, mi absoluto exilio a la soledad de los que no tienen ya un refugio corporal para descargar la niebla.

 

II

 

Miro en sueños mi cuerpo, en realidad son los sueños vencidos de esta familia que arraigada se quedó a los mil secretos. «No le digas a Rocío porque se pone nerviosa».

Casa de mis cuerpos

con mi gordura alimenté la mesa y fui un poco la vergüenza para la madre rota. Con mi anorexia presentida a los veinte, resbalé por las paredes con las llagas del recuerdo vuelto moho.

En una casa construida por mis padres pintamos el color explotación y plusvalía de mi padre obrero: nuestra angustia.

Y no es ahí madre, donde lanzo ahora mis rezos de escéptica monja.

No es de la casa con olor a plusvalía que lanzo los versos ocres, sin lágrimas porque no salen a pesar de los recuerdos enclaustrados.

No sé si había habitaciones propias.

No sé si el color de la serenidad se posó en mi padre.

Durante años esa casa fue mi angustia. Alarido para salir de ella a pesar de ser protectora de los miedos. (Mientes: en realidad querías mudar de cuerpo).

No sé si en ella poco a poco esparcimos nuestro polvo a miedo o nuestro aroma a la luz metalúrgica de mi padre.

Una familia unida en la depresión en una casa color a plusvalía.

Allí no te pedí perdón madre por mi gordura ni por mis materias reprobadas.

Allí, a los diecinueve resbalé a la cama en la que descubrí el color de la ansiedad, nube dormida…

Murió Veroniquita, la prima de 14 o 15 años. Murió Veroniquita y mi cuerpo sintió uno de los tantos lutos que provocan frío aun en casa de los padres.

Llegamos del panteón y hubo silencio, pero aun así para mamá debíamos sentarnos a comer, sentarnos a la mesa.

No comprendo la nada, mamá, quise decirle. «Habrá misas para rezarle a Vero, ahora hay que comer…comer para protegernos de todos los inviernos.

Ahora en esa casa ha perdurado el invierno y tampoco allí te pedí perdón por mi gordura mamá ni por mi insolencia por leer poemas.

A mi papá abrazos y ramos de cariño que me ayudaron con él a cerrar el ciclo de los muertos.

 

IV

 

Hubo otra casa y en ella madre te cuidó como lo más valioso que tenía. La casa era de lámina y había doble plusvalía en ese cuarto en que el obrero llegaba a dormir en la mañana. Doblar turnos y viajar en bicicleta.

Hubo otra casa: pendón de cicatrices y memoria no disuelta.

Tú no lo recuerdas, hermana, pero llovió muy fuerte y los granizos comenzaron a perforar las láminas. Intenso miedo y nerviosismo de una madre que ve llenar su casa de cauces de amargura. «Pon una cubeta aquí y la bandeja junto a la cama»

«Cambia a tu hermanita de lugar para que no se moje»

Porque tu no lo recuerdas, pero ella como pudo coloco una escalera u con sus propias manos llenas de desesperación empezó a limpiar el techo de granizos.

Los granizos formaron parte de su cuerpo roto.

Porque tú no lo sabías, pero ella te cargó desesperada cuando a punto de morir estabas y te llevó con Enedino, el médico de la colonia. Estuviste internada toda la noche.

Porque hubo otra casa, casa en la que mi juego preferido era subirme al pretil de la puerta hechiza y balancearme para cantar cochinita pibil, cochinita pibil, ese era mi estribillo de tres años.

¿Lo ves? Sí hubo momentos placenteros.

y en la ausencia ahora recuerdas esa afirmación: «Entre tu papá y yo pusimos las láminas»

Quisiera tocar la puerta de algún ataúd y preguntar: «Papa, mama,

¿dónde quedaron las láminas? ¿Dónde hallo su nombre verdadero?

No me basta la trillada frase que alude al recuerdo: «Mientras estén en tu corazón»… Porque mi corazón es un puño putrefacto de ansiedad.

También soy un poco historiadora y no me basta en este escrito haber leído que Certeau dice que los historiadores trabajamos con los muertos.

Porque todos pueden estar muertos: Veroniquita, el compañero con el que viví siete años y mamá Lucha y sus «jaletinas», pero no ustedes. No estoy preparada para la orfandad a pesar de mi adultez.

Quisiera volver a habitar la casa color a plusvalía. «Para ustedes la hemos dejado»

Cuarto propio en la orfandad del abismo.

Jamás volveré a verte mamá y eso se cuela en forma de ansiedad, a veces en formas esotéricas para saber si estás presente. Y hago rituales para que como tambor resuene una y mil veces tu nombre

 

V

 

Mamá, perdóname he subido de peso. Todo pasó en silencio. Tu enfermedad me hizo devorar la angustia. Rumor de sangre siempre. «Hay que darle una vuelta a la casa», decías cuando tuviste que dejar tu habitación propia. Te aferraste a tus historias para que yo las recontara.

Rumor de sangre siempre, por eso adiós a la casa color a plusvalía y esas paredes que sólo tú y mi papá supieron cuánto sudor y preocupación costaron.

Dejamos la casa para seguir las señas del destierro que a veces marca la enfermedad.

Aun cunado hubiera estado en tu casa hubiera sido incapaz

de leer una novela incapaz de pasar lista.

Ansiolíticos para ti y para mí ….

«No vayan a abandonar la casa».

Querida Virginia Woolf mi mamá dejó su casa por motivos de enfermedad, por eso te pido que me enseñes a teclear la palabra luto sin lágrimas.

Fuera de casa de is padres estoy, pero todas las mañanas me pienso ahí, creo que estoy ahí. Hago un retroceso y estoy en el cuarto que compartíamos las tres hermanas.

Tres gerberas que necesitan mucha agua.

En tu casa hice el ritual del reencuentro y clave el último color en la que fue tu almohada.

Un moño negro en el zaguán y bajo él puse un puesto para vender las últimas mercancías

de tu tienda. Era año viejo y necesitaba columpiarme en los recuerdos.

No he te he pedido perdón por subir de peso. Dirías que es una tontería, es cierto.

Esta noche me cobijaré con el llanto de tu única quimioterapia y te diré frente a la veladora :

Hay hijas que cuidarán una casa que un obrero y una ama de casa con perfume de ansiedad construyeron para guarecernos de la pobreza y los ritos de rentas y mudanzas.

En el recuerdo las mañanas en que cuando mi abuelita Juana hacía tlacoyos

y desayunábamos en el patio.

Gracias madre y padre por nuestra casa color a plusvalia.

 

 

 

Rocío García Rey es Doctora en Letras por la UNAM. Actualmente está a cargo de talleres y cursos de literatura en el Museo Universitario del Chopo, en FES –Acatlán, en la Casa del Lago y en el Museo de la Mujer. Ama las plantas y las flores, aun en época de pandemia. Tiene una columna titulada “La nieta de las Heroidas” en la Revista electrónica La Piraña https://piranhamx.club/index.php/pages/la-nieta-de-las-heroidas.
Es autora del libro La otra mujer zurda, México Verso destierro, 2010 y de Mapa del cielo en ruinas, Mezcalero Brothers, 2014, Deseó Revolución, Cisnegro.
Pertenece al Movimiento Mundial de Poetas. http://www.poetasdelmundo.com/detalle-poetas.php?id=9175 
y a la página Escritoras de México https://www.escritoras.mx/rocio-garcia-rey/.
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