Saulo Matasanos
El impacto contra mis costillas es lento y pesado. Primero me deja un dolor que poco a poco se va extendiendo por el tórax y luego una sensación de vacío en la boca del estómago, casi como sentir hambre.
Vuelvo a sentir el impacto pesado del gran puño del policía contra mis costillas. «Agárralo bien, no lo sueltes», dice riendo mientras su compañero me sujeta de los brazos y los hombros por detrás. El que me sujeta acerca su boca a mi oído y restregando su bigote contra mi oreja, me susurra: «Me voy a coger ese culito rico que te cargas…»
Algunos autos pasan pero ninguno se detiene aunque las personas que van dentro contemplan la escena consternados, girando la cabeza como si la mirada se les quedase detenida aunque el auto siga su curso.
Grito pidiendo auxilio. Nadie escucha. No quieren escuchar.
Ríe y me vuelve a golpear pero ahora en la cara, dos o tres veces, hasta que se detiene a mirar sus puños. Yo también los miro, ensangrentados, con coágulos de maquillaje blanco desprendidos de mi cara y una de mis pestañas postizas pegada a sus nudillos. Él mira sus puños, incrédulo. Luego toma la pestaña haciendo pinza con sus dedos índice y pulgar, pone cara de asco y me la arroja. La pestaña ensangrentada se me resbala por el pecho sudado y escurrido de sangre hasta las tetas.
Me golpea otra vez en el estómago. Otra vez el dolor, otra vez el hambre falsa. Antes de que pueda golpearme de nuevo el policía que me sujeta le dice que se detenga.
«¡Ya, ya estuvo suave!», sentencia.
Este protesta pero el que me sujeta lo regaña a gritos. A penas tengo fuerza para escuchar la discusión pero entiendo que lo manda a la patrulla bajo amenaza de reprenderlo más tarde.
Al quedarnos solos me recarga de cara contra la pared y me pone su pelvis contra las nalgas.
«Yo sé bien lo que tú eres», me dice con su bigote acariciando mi oreja nuevamente, mientras mete su mano bajo mi falda y me aprieta los testículos.
Se lame el bigote, se baja la bragueta y se saca la verga. Le digo que por favor no me haga nada, que tengo dinero en el bolso pero él me interrumpe con un jalón de cabello que casi me quiebra la columna y me obliga a arrodillarme.
Su verga erecta y olorosa se acerca a mi cara ensangrentada, jalándome del cabello me obliga a chupársela.
Echa la cabeza para atrás, extasiado, mientras me fuerza a mover la cabeza de atrás para adelante controlándome por el cabello. Deseo que todo termine rápido, que se vaya pronto y me deje ir al hospital para curarme las heridas.
De pronto saca su miembro de mi boca. Escupo y miro al suelo pero solo encuentro saliva y sangre. Levanto la vista, el policía regordete que me había golpeado antes se encuentra sobre él, golpeándolo en la cara, gritando: «¡Pinche puto! ¡Eres un puto de mierda!»
Mi maldito héroe.
Me quito los tacones y me echo a correr lo más rápido que puedo.