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Fosa común

Carmen Nozal

 

(A la memoria de mi tío César,

quien sigue hasta el día de hoy en una fosa común)

Quién sino las moscas

podrían enseñarnos el camino.

Ahí están, dicen las moscas

en medio de su danza prehispánica.

Ahí están, ellas lo saben:

son los testigos de las atrocidades.

 

Carmen Nozal

(A la memoria de mi tío César, quien sigue hasta el día de hoy en una fosa común)

Quién sino las moscas

podrían enseñarnos el camino.

Ahí están, dicen las moscas

en medio de su danza prehispánica.

Ahí están, ellas lo saben:

son los testigos de las atrocidades.

Ahí están, murmurando, murmurando,

con su zumbido incesante.

Ahí están, las moscas desesperadas

haciendo gestos para avisarnos.

Ahí están, adentro del espanto de esa noche,

adentro del monte arriba, por el que algún día corrieron

cuando eran niños, 

en esta tierra quemada, tristísima, tristísima.

Ahí están, apuntan, las moscas como plañideras,

solas, sobreviviendo, traumadas, atónitas,

esa montaña, donde subían las jovencitas

a ver el atardecer.

Ahí están los sueños torturados, los pantalones rotos,

un tenis, cuatro plumas, dos carcajadas,
los vestidos desgarrados, una libreta,
las novias que siguen esperando

se preguntan ¿dónde están?

Ahí están, responden las moscas

aturdidas, sobrevolando los huesos, el hedor penetrante de los días,

la esperanza mutilada, el silencio que gime como un viento desollado.

Ahí están, todos revueltos, abrazados,

con la juventud brillando bajo los párpados.

Ahí están, ¡vengan por ellos! dicen las moscas

unidas, haciendo guardia al amanecer.

Ahí están, dolidas, enojadas, impotentes,

respirando el olor dulzón de la carne amarga.

Ahí están, presentes, los cuerpos

brillando, brillando, como pequeñas luciérnagas.

Ahí están, las moscas nacidas de la compasión,

las moscas de la misericordia.

Ahí están, descubriendo al fin porque vinieron al mundo

estas moscas nuestras, ahuyentadas, ahuyentadas.

Ahí están, contando lo que pasó, con sus firmes alas

y su color azul.

Ahí están, los ojos más tiernos, los más amorosos

ojos por los que brotan los árboles luminosos.

Ahí están, las manos tersas, las que escribieron la palabra Basta,

la palabra Vida, la palabra Justicia y la palabra Libertad.

Ahí están, los rostros llenos de lodo con el corazón intacto,

las huellas de sus pasos en esta piel llamada patria.

Ahí están, sus lenguas besables, sus labios ardientes,

sus cálidas gargantas con su útima oración.

Ahí están, sus frentes inclinadas, bendecidas por sus madres

antes de salir de casa.

Ahí están, los que nunca más volvieron,

calcinados, aguardando, aguardando.

Ahí están, nuestros muchachos bellísimos

con relojes de arena y sonrisas invencibles.

Ahí están, nuestras chicas poderosas

con la mirada brillante y las pestañas llenas de polvo y aves.

Ahí están, los emilianos, los panchos, los chaparritos,

los que sabían leer, los que serían distintos.

Ahí están, las lupes, las citlalis, las juanas y las marías,

las pensadoras, las costureras, las enamoradas eternas.

Ahí están, las moscas entre la tierra y el cielo

escuchando a las familias aullando, aullando ¿dónde están?¿en dónde están?

Ahí están, las moscas que vigilan la verdad.

Ahí están, con el polvo en los huaraches y los puños apretados

los padres, las madres, los hermanos, los abuelos desesperados.

Ahí están, los maestros, los albañiles, los campesinos,
las amas de casa con su olla humeante de frijoles heridos.
Ahí están, los mexicanos, con su dignidad a cuestas,

cargando sobre los hombros la sombra larga de este país-ataúd.

Ahí están, dicen las moscas, con su rumor de letanía,

los nombres, los apellidos, recitando, recitando, la inmensa lista de los despiertos.

Ahí estamos, llorando, clamando, palpitando con ellos.

Estamos también rotos, insomnes, despavoridos.

Ahí están, no pierdas tiempo, los mataron
los quemaron, los aventaron
como quien tira un saco de piedras al fin del mundo.
Aquí están, aquí están, aquí están.
Sí, aquí están…

 

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