Hermann Bellinghausen
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Cual aves de mal agüero los policías entran a los cafés. Se ponen anchos, como los zanates en los parques. Ocupan espacio con sus chamarras y chalecos antibalas. A los presentes les entran ganas de cambiar de rama, bajan la voz, aguantan vara. Unos mejor se pasan a otra fonda.
Las patrullas afuera, estacionadas.
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Armas, armas, armas. Los fierros. ¿Qué vecino no tiene fusca? Sólo los mensos se refugian en los cuchillos de la cocina, los pacifistas.
A cualquier hora del día desfilan o se apersonan con armas largas y descaro en la cara los de la maña. Hasta avisan por las redes sociales, tuit, ahí les vamos. Para la población que los medios llaman «civil», equivale a un toque de queda y como tal lo acatan. No hay escuela, los comercios no abren, nadie sale. Nada que pueda estorbarles. Los niños se la pasan en la televisión o jugando con dispositivos de imagen violenta.
Si oyes tiros, te haces el que no. Te alejas de las ventanas. Agachas la crisma. Refuerzas la cerradura. Esperas.
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Para nivelar, los que están dispuestos a no dejarse y resistir también se arman como ejército, como policía, como guardia comunitaria, como autodefensa legítima. Defienden, ordenan, patrullan sus propios territorios, siguen reglas claras y sensatas. No agreden. Allí o en sus alrededores más próximos se dan, como en mata, los cabrones sicarios, los soplones, los esclavos, los plantíos secretos, y toda clase de descomposición a la mala.
En estas localidades organizadas la gente no desaparece, no se esfuma: la pueden matar o meter presa, pero no la callan. Su nombre es presencia. Tienen armas también de palabras, que en otras partes del país son asesinadas y desaparecidas junto con quienes las hablan.
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El chocar de los fierros. Cuando se juntan armas de asalto las llamadas largas, escopetas de cazador rural, metralletas de armas tomar, pistolas tamaños pistolones, al moverse suenan con metálica consistencia. El clac de rifle contra rifle significa un pacto. Fierros que se chocan no se disparan. El pacto de las espadas en cada bando.
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«Una de mujer se cuida. Quién si no te va a cuidar. ¿El marido? ¿Cuál, si tiene rato que se fue el cabrón? Nunca sabes qué es peor cuando caminas las calles o te metes en algunos edificios y allí se te atraviesan. Pueden vestir de policía, de soldado, de pistolero. Te alzan la falda con el cañón del arma y te miran como si fueras una vaca o una cosas que se pueden comer si les apetece. Una procura no ponérseles, desafana rapidita, sin mirarles los ojos. Pienso en todas esas muchachitas que les gusta ponerse bonitas, tener contento al novio, atraer a los muchachos. Qué difícil ser bonita en la calle estos días. Qué difícil es llevarnos la carne por la vida.
«Yo ya, con mis chamacos, los desaliento. Sólo me entra nervio si salgo sola. En realidad son demasiados los machos peligrosos. Siempre están por encima de una. Los malos, claro, para ellos las mujeres somos desechables o valemos dinero. Luego están los viejos morbosos, y los hijos y nietos de los viejos morbosos que son los que luego violan o se roban a las niñas.
Ni creo que sea delito, la violación; nunca he visto que encierren a alguien por hacerlo, no por aquí al menos. Si una mujer cuenta que le pasó, nadie le quiere creer. Tanta mamá muerta de miedo que no interviene, no se atreve a ayudar a sus hijas y hasta se les pone en contra.
«La mujer con hijas está más expuestas, es más que la verdad. Además de la continua aflicción cuando las chicas salen sin ellas. Yo siquiera tengo varoncitos. Te cuidan, desde chicos. Con niños hombres, te les antojas menos».
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«Aquí ya no se usan cuetes en las posadas ni en año nuevo ni el grito de la Independencia. Es ora una competencia a ver quién truena el fierro más fiero. A los chamacos les encanta. Señores hay que dejan a sus niños echar tiros. Que pa’ que aprendan».
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El cobro de «la parte», en 3 etapas.
1, vienen estos dos estudiantes del Tec, trajeaditos, con buen modal solicitan la cuota al que atienda en la caja. Si no tienes, o si no quieres apoquinar, que no es lo mismo para ti pero sí para ellos, se despiden menos amables, y si tienes suerte te conceden una 2a. oportunidad. No más. Ni modo que levantes denuncia, eso te pondría en lo peor, como siempre que se mete la policía.
A la siguiente viene uno de los señores en persona. Entra en tu comercio, consultorio, taller o despacho y cierra la puerta tras él. Con guarura. No habla, allí se para. Como que no te mira. No deja salir a la clientela, que viéndole la pinta nunca protesta. Sí te haces guaje o te niegas, el señor abre la puerta y se va.
En la etapa 3 en un descuido y ni los ves, no vienen a cobrar sino a cobrártela pum pum . Así es como funciona.