Por Alfredo Coello
Besa el espejo y escribe lo que
veas y oigas.
Lawrence Ferlinghettti
En su texto El Pozo de Narciso, W. H. Auden abre con esta reflexión: “Todo hombre carga de por vida un espejo, único e inseparable como su sombra.” La imagen de los espejos son misterios que los amigos guardan y casi nunca quieren darlos a conocer, a menos que una mujer hurgue en sus bolsillos o en la sonrisa de sus existencias.
Ese misterio que guardan los espejos es la brevedad de la vida en su imagen estampada a segundos antes de desaparecer por siempre. Ahora sí, diremos, nunca nos vemos en el mismo espejo. Sólo cuando miramos el retrovisor es que encontramos algún rastro de nuestros recuerdos. “Un espejo no tiene corazón sino una multitud de ideas”, si persigo esa imagen-idea en mis espejos, tal vez, algún día entienda para qué sirven los desgraciados y felices espejos.
El espejo a esta altura de la vida ya no sirve para nada, pues el futuro los ha opacado a todos juntitos: “a veces los empaña el Halito de un hombre que no ha muerto” (J. L. Borges /Los Espejos). Y los que han resistido están quebrados en su propia soledad. El espejo es la solicitud más cruel de soledad a la que aspira el individuo en este siglo de bosques enfermos y secos, de estelas y arrecifes agonizantes, siglo desgraciado tupido de fascismos y guerras. Este es el espejo de nuestra historia y “No seremos juzgados por el espejo que usemos sino por el uso que le hayamos dado, por el riposte a nuestro siglo.” (Auden / 1948).
En las ferias que llegaban a mi pueblo venía la “casa de los espejos” y nosotros, ingenuos infantes, buscamos interminables veces nuestros sueños y esperanzas en la imagen repetida hasta el cansancio de los espejos, donde jamás nos encontramos, sólo mirábamos en el vacío la repetición de nuestra imagen falsa o iridiscencia de nuestros deseos. Y el juego era a ver quien se perdía primero; no para encontrar la salida de la casa, sino para realmente perdernos. Podíamos quedarnos horas ahí. Tal vez acierta Cesare Pavese al sentir que Dejamos de ser niños cuando comprendemos que contar nuestras penurias no las soluciona.
Cuando la vida pasa frente al espejo de sus astillas se alimenta el sueño y sueña ese demonio atrapado en todas las irrealidades del insomnio.
Nuestro espejo gitano se divierte con las delicias de su imagen; el espejo es casa de tu solaz integración al olvido, el olvido es la escénica de todas tus falsedades y las horribles menciones a tu arrogancia de ser quien no fuiste. Cuando Borges desafía a su imagen nos difiere la ignominia de temores y misterios al preguntarse qué azar “Hizo que yo temiera a los espejos”. La respuesta viaja abordo en el barco de todos los misterios del escritor. Su alma danza atrapada en el sueño y el líquido antifaz es reflejo de nuestras angustias y deseos cuando se encunan en “lo que se ve”.
Insiste: “Yo que sentí el horror de los espejos… donde acaba y empieza, inhabitable, un imposible espacio de reflejos.” Aquí el horror imaginario invade la imagen del “otro” en el espejo, o entonces, el de algún antepasado que no conocimos y ni siquiera sospechábamos existía. No se por qué necesitamos de un lugar para descifrar nuestra presencia, decirle al mundo imaginario no de nuestra existencia sino de nuestra presencia; cuando “existir es un plagio” diría nuestro carnal Ciorán.
La frontera entre el mundo exterior y el interior nos acompaña desde el inicio, desde la primera mirada humana que se posó en la superficie del planeta. Al reconocernos a través de los ojos, sentimos el ojo en el espejo o, el espejo en el sueño del ojo que atraviesa esa mirada. Cuando el sentimiento ya no es humano ni infra o meta-humano escapa a todas la líneas de los límites internos o eternos.
El espíritu libre abre su aliento y la mirada atraviesa el espejo del “otro” donde ya no se reconoce. Principio de traición y odio que ha inventado la inteligencia de su “humanidad”. Da inicio la era de la robótica tan amada por unos y odiada por otros y mas importante; ignorada por los millones de pobres que habitan este planeta. La propuesta moderna es humillarlos y controlarlos, matarlos y explotarlos con los nuevos espejos que la “inteligencia” ha inventado en este siglo XXI.
El espejo es símbolo de la multiplicación de ‘nuestra’ alma, símbolo de la perdición de la memoria de su imagen y de su nahual. Puede interpretarse como una puerta para cruzar al otro lado de la vida y de ahí nos viene la tradición de cubrir o voltear contra la pared los espejos de las casas cuando alguien fallecía. Para Cocteau la muerte es el espejo de todo lo que fue nuestra vida, su tiempo y comprensión es señuelo inacabado. El espejo es puerta aún sin abrir el paso a esa memoria que todavía existe y propone lo imposible. ¿De qué? No lo sé.
Los espejos “son las puertas por las que la Muerte va y viene. Mira toda la vida en un espejo y verás a la Muerte trabajar como las abejas en una colmena” (Orfeo, 1950 /J. Cocteau).
Una de las propiedades que tiene el espejo es el poder contemplar la imagen de sí mismo. Aislados, a través de nuestra mirada, podemos enfrentarnos sin obstáculos con nuestro propio yo. La imagen que devuelve “nuestro” espejo no es definitiva, sino múltiple, efímera y cambiante. Como el propio Cocteau apuntaba; nos enfrentamos a la realidad de lo humano y a su finitud. Casi igual que en el cine, el espejo refleja los vericuetos imaginarios de la vida, devolviéndonos una realidad latente y oculta. La sombra en el espejo es nuestro misterio aún sin resolver.
Ambrose Bierce en su Diccionario del Diablo nos ofrece una definición interesante del Espejo: s. Cristal plano sobre el que aparece un efímero espectáculo que produce desilusión del hombre. Los espejos te mienten y engañan. Y mi pregunta es ¿cómo una superficie plana puede reproducir lo efímero? La respuesta incluye la desilusión y al mismo tiempo la vanidad del “yo” cuando la mujer le pregunta a su “espejito mágico, dime ¿quien es la más bella…?”
Jaques Lacan entra al escenario con su Teoría del Espejo y el reflejo de las personalidades. Su pregunta es argumento y casi un diagnostico ¿qué pasa cuando conectamos con alguien y pasado un tiempo descubrimos ciertos aspectos que no nos agradan? Aquello que nos desagrada del otro es lo que no nos gusta de nosotros mismos. Es lo que se denomina en psicología, “efecto espejo”. Y bueno, a mi me agrada mucho más las ideas que tienen del espejo Cocteau y Bierce en el Diccionario del Diablo. Tal vez Lacan cambió los peligros de la personalidad cuando se enfrenta a la sustancia de lo invisible y el espejo ya no es reflejo sino esencia de lo que no reflejan los espejos.
El espejo del tiempo vincula la vida y la muerte al instante. El inolvidable maestro Jaques Derrida afirmaba que: “Vivir, por definición, no se aprende. Ni de uno mismo ni de la vida por la vida. Sólo del otro y por la muerte.” La experiencia en su aliento canta, ríe y sueña. Vida y muerte no se aprenden hasta que se vive y se muere uno mismo en el ‘otro’ y cuando el ‘otro’ muere en ti mismo.
Un día caminaba en una de las playas de nuestro Pacífico y me encontré un pequeño espejo que había perdido un niño. Despacio miré su reflejo, el sol se desprendía, el mar soñaba furioso y tierno su infancia ¡también! Y en esa constelación de imágenes espejeadas en la memoria perdida de la infancia, he decidido escribir lo que escucho y veo… contar la historia de mi espejo único e inseparable acompañado de mi sombra. ¡No sé cuando!
Alfredo Coello; escritor, traductor, antropólogo y amante compulsivo de todos los insomnios posibles.