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Entre una y otra ciruela: Poesía de Claudia Puente

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Claudia Puente (Ciudad de México, 1975). Poeta. Ha publicado Cielo lícito, la muerte (Parque Lira, 2000), traducido al rumano en Convorbiri literare (2002), antologado en Espiral de los latidos, (Conaculta, 2003), TunAstral (2004), Oráculo de poesía (2004), Anuario de poesía mexicana 2005, (Fondo de Cultura Económica), Anuario de Jóvenes creadores (Fonca, 2006). 

 

 

Viven en mis puertas los años del árbol,

el corazón habla sus líneas.

Llaman la presencia a casa.

Entra el paisaje.

Miras un pájaro de plumaje amarillo y negro.

Una cascada tibia sabe que lo está.

Somos una, casa y habitante.

El gran sensor de la casa,

con sus pequeños, respira.

Filtra la llamada con sus centros de cristal,

telaraña húmeda, vapor a veces,

tibio aliento en mi carne,

llena de besos del agua la casa.

Cifra el sol entre la tierra su sensor

para que salve el agua

refracte en la planta y la pigmente.

Entero el canto del pájaro anida

si la madera se fortaleció con la luz,

si crujió en sus patas y sostuvo la llegada del vuelo.

Necesarios fulgor y sombra para que el sable

sepa que ha de partir la rama

con la historia del pájaro

que llegó a casa.                              

(de Poemas de la mitigación)

 

 

 

Cristales sin filo cayendo del cielo

ensamble de gotas

de un cielo en ebullición.

Un recuerdo que estira un golpeteo de madera y piedra.

Una respiración de madre

muy nueva, muy vieja.

Tu corazón explotando en sangre

un muy azul calor.

Borbotones de primavera en los árboles de marzo.

Jacaranda en las burbujas inmediatas

de esta inmensa respiración.

Una muy grande y antigua colonia mineral

de profundísimas raíces en la obligación del fruto.

Cristales sin filo cayendo dobles.

Tu luz blanca, mi luz negra.

Constante y perfecto ensamble

de cuentas de agua sólida.

Recuerdo el magma, resbalaba en aristas.

Y tú estirabas la piedra,

la colmabas

de ensambles en ella.

No sé cuándo reconociste las zonas

por donde sabías caminaría sin asideros

con a penas un brevísimo amanecer

con muy sutiles arco iris

a través de mis prismas madurados

en la transparencia más dura y vehemente

del despertar.

(de Poemas de la mitigación)

 

 

 

Entre una y otra ciruela: antes de cambiar el umbral del agua por el del aire

Sobre la roja, espasmo bajo el musgo,

oruga demudada al viento lechoso

al brote de un floral vuelo.

En tu temple, la blanca,

más dulce y más jugosa.

Conoce el punto en que el sol madura.

Sobre pulpa tus manos encienden

pezón rojo al paso.

Cuando jugo de mordida y gota,

júbilo en espalda escurre.

En cintura de florero, suave

fuerza guía la flor al agua.

Diafanidad nervosa

al corte descubierta.

Tajo en pierna

contra sol ramificado:

Celeridad tenue.

Ácido concierto exaltado

en párpado opaco

    penumbra

como el hueso embelesado.

(De Poemas de la mitigación)

 

 

 

Una sola fiesta

En los ojos muy cerquita

dejando que se deshielen los polos,

nadando palma con palma un mar de luz,

destellos acuáticos de los que nunca nos hemos despegado

corrientes y burbujas luminosas,

prismas de colores y reflejos del agua,

porque en la piel converge el fuego, el aire, la tierra,

y por las algas, las piedras, las lamas,

y por los brillos de otras palmas

sigo tocando las tuyas,

pues nunca nos hemos separado.

El encuentro es un mero recuerdo unitario.

Esta capacidad de fuerzas radiantes dirigiendo nuestros besos,

nuestros abrazos, mucho tiempo atrás, llamándonos,

ha estado reuniéndonos, a ti, a mí, a todos,

estamos juntando la luz de un solo cuerpo,

estamos creando un nuevo sol bajo la piel 

El que hayamos consentido como los ríos que los cauces crecieran hacia otras palmas, corriendo por las rocas y las

hendiduras de la Tierra, admitió un nuevo baile entre tú y yo

con nuevos destellos minerales en la piel, fortalecida la mirada.

Ofreciéndonos el pulso de otros ríos y otras lluvias, con regocijo nuevo en nuestro beso.

Porque es verdad que la luz llamó a otros peces de otros mares y corrientes,

estar juntos ahora es elegirnos sin habernos perdido nada.

Sin habernos perdido.

Tú me llamaste y yo te llamé

Bajo los ritmos de las nubes

Jurados por el cielo y el sol como sus hijos.

Vienes.

Me abrazas, nacemos juntos soles

Es el logro de nuestros linajes, no de las voces.

Absolutamente soles de gargantas hilvanadas con las nubes

de intentos navegados por las copas de los rayos,

los truenos.

Su voz es mi espera sin tiempo en el planeta

Puedo mirarte eterno

con todas las miradas, amado, pleno.

Porque ya llegamos a un punto fuera de los ríos, los estanques, los mares

infinitamente libres de esta historia entre los peces, las rocas, los moluscos.

Llegamos ya al alba desandando los caminos

compilando millones de chispas doradas con un rayo

las mismas que tomamos de padres y de patrias

las mismas que parimos a través de esta gran ventana de sol

que reproducimos hacia mundos más pequeños,

olvidando que amor se refiere a ti y a mí nada más,  

casamos figuras de luz

completamente iguales

en una sola diversidad:

Delicias de la embriaguez más adorada,

pasajera semejanza abierta a su maduración.

(De Poemas de la mitigación)

 

 

 

Allá entraron a Wirikuta, no vieron piedras sagradas del venado azul

ni oyeron los cantos de los hermanos mayores.

Allá entraron a Tatei Haramara, no supieron que esa agua lo trajo.

Nosotros compramos el agua envasada.

En ella vertieron veneno para vendernos vacunas contra la influenza.

Somos los pequeños. Salimos a mirar que somos parte.

Desde la montaña, vemos al cuerpo como una gota que refracta la sonrisa.

Nos abrazamos a tus piernas, cordilleras con escamas de luz,

faldas de un manto plisado con sangre nueva.

En Cuzco, nos juras que en tu ombligo crece una burbuja que nos sana a todos,

que en una espiral bajamos hacia ti, recuperándonos,

soportando millones de voces al unísono

reclamarse tanto tiempo perdidas

y escucharlas, acallarlas.

En Wasabe, las mujeres posan tu montaña en sus faldas.

Ondulan campanas amorosas que cantan coloradas

bondades a la par de sus mejillas, también rojas.

Vemos en ellas tus ojos del brillo del aire.

De un cuenco mineral a otro,

apoyo de montaña en montaña,

hilos del sol donde el día es más fuerte al centro de ti,

ahí, donde no hemos tapiado tus poros.

Donde nos cobijas de quietud como en el temascal de nuestros abuelos.

Por todas partes tuyas nacen soles en tierra, madre, como tus flores,

cogidas a su estrella, ojos muy luminosos

agradeciendo a tu esfera, amistad, deseo,

calidad de los dioses en el corazón de la pirita.

La poesía sanando, sanándonos.

La boca de la serpiente abriendo su aliento a la vida

soplándole familia, luz, reciprocidad.

Venimos del sonido del viento cintilando en la escama,

privilegio dormido en entrañas,

música de hilos del miasma,

tornasoles cantos que ondulan en la cueva

y nos reproducen otros.

Tú, en cada orificio de nuestro cuerpo

río, amasijo, barro,

animales en nuestros gritos,

un gemir dulce bajo el sol,

bajo las estrellas, anhelos del mundo.

Están ahí sus más altas acciones.

Amamos a todos en nosotros.

Besamos una a una tus flores.

Detrás de nuestros hombros, el abrazo de tus montañas,

tus cuerpos en nuestros cantos celulares,

astros piedras, cantos de nuestras bocas y tus pieles,

entendimientos del hombre y la montaña.

Estas venas que tenemos son éstas que corren debajo de tus árboles

bajo tu mirada de cóndor,

tu saltar de chinchilla,

Estas charcas y oleajes de río sonando con la piedra

son nuestras agitadas caminatas, bailes de cabellera al aire.

Son tus niños que bajan corriendo por canaletas empinadas

a estallar juguetones en la roca, a regar las terrazas sembradas

y a dejar en el río toda la limpieza sahumada.

Una ola que corre como si siempre viniera con nosotros.

De ahí, el remolino de las ideas, de las imágenes,

como si siempre estuvieran consigo.

Horma instantánea del presente.

Un pensamiento, como si siempre hubiera sido corazón:

Tierra tuvo para formarse,

manos que nos abrazaron siempre que anduvimos dormidos.

Una lectura de ondas y ondas en la cúspide,

en el vértice de almas, alquimias de agua y viento,

transparencias lentas y brillantes de nuevos valles palabras.

De pronto, tu voz, ñaña, hermana mayor de la montaña.

Tu piedra sembrada, fértil,

aura mesana que nos cura,

niñito de piedra, creciendo en nuestras piedras,

subterránea emisión de chispas,

regiones felices del mundo.

Una patria dulce con flores y casas de adobe.

Gran mama piedra que amamos con la mirada.

Venimos de querer y de cuidar

arbustos, rocas, ríos, árboles,

de hombres que crían animalitos mansos.

Venimos de muy gigantas señoras enterradas

aguardando de espaldas al sol,

corazón a la Tierra, levantarse.

Del Titicaca, orden de agua puma,

olas que jalaron nuestra luz a la tierra

para pedir permiso a las cámaras de entrada oscura

—donde sólo refinados bastones del sol entran—

que sanen las vetas de nuestro lado derecho.

Hemos movido de derecha a izquierda el mando de esa fuerza

mientras el granizo desbarataba la maleza de nuestras vidas más rudas

Mientras sembrábamos nuestra tierra más feliz,

nuestra carne más antigua y neutra.

De la isla del sol a la de la luna

hemos inventado un beso con nuestras aguas, tus aguas,

cancelado toda la dominación que nos restaba.

Nos aguardaba ya diosa,

ya espina para una iglesia de encajosa espera,

la recarga de la mano izquierda.

Ahora jura equilibrio en ambas fuerzas.

Así como pasan los sueños del cielo en el lago,

como arden las brasas del cerro

en la chaquira de una ciudad en tu falda,

como la luna enhebra la luz del sueño,

así regresamos a colmar de bendiciones al concreto.

Honor a la tapia lineal de nuestra ciudad,

calma a los nervios desconectados de ti, madre,

como en cualquiera de tus territorios santos.

Toda planicie de tránsito rápido será sagrada.

Hay más Pachamama que autos y casas,

más Tonantzin que empleos y obligaciones,

más alientos de montañas silentes

que televisores sonando.

Voces poderosas nos responden cielo adentro

cuando noche no apuntan los contornos,

entonces en las casas de las nubes

enciende el temeroso rayo.

Tu compañía, ñaña, nos sigue a casa,

tu amor de humo y canto a través de las alas del cóndor.    

Temor y asombro de hermanos fulgurantes,

conciencias de estrobo,

imantación de la tierra,

entrelazamiento de los contrarios,

intercambio entre águila y cóndor.

En nuestra palabra se urden las venas del rayo

porque quieres la luz entre nosotros,

tu unión de sierras y cordilleras

como tu antiguo turno por el Himalaya.

2010, de “Estatura consonante”, Poemas de la mitigación, 2015.

Mojones de espuma seca al viento,

trémulos esqueletos de hojas,

viajamos fijos, en celeroso cardumen ajeno.

Portamos armadura transparente y callada

al tránsito, al contagio, al encierro.

Nervadura cristalina y pudorosa,

frágil filigrana de una brasa que nos fija

dentro, como alfiler a un insecto.

En el Metro un grito retenemos por los ojos

cuando pasa el vendaval pregonero.

Evadimos la mirada,

para evitar se nos arranque la materia.

  *

Un cuerpo dormido en el cardumen

es ropa tendida al sol, colgada

como fruto zarandeada,

cascabeles titilantes que socorren al aire,

al flujo de celosías disecadas,

cuerpos de nopales al fuego,

tórridos panales,

tránsito y contagio urbanos.

*

Cuando pétalos son párpados o manos

que cubren senos con las cuencas,

el cardumen halla luz entre membranas

de cautivos tristes y despiertos.

De una a otra ribera, el sueño,

un cauce donde ríen colegialas,

vaivén del cabeceo,

despertar enloquecido,

soporoso abondono,

clausura y goce del voyeur.

*

Una piedra dentro de una almohada

sostenida por un castillo de piedras

armadas

pendientes

amadas

caen cuando el viaje frena en la parada.

(De Poemas de la mitigación)

 

 

 

Réplica de vagón

Los otros,

la parte ajena de mi cuerpo,

pero me toca

sin palparme,

me punza

sin latirme

la que respiro y me respira,

mi otra célula,

cabeza con cabeza,

un solo cuerpo,

bermeja la piel,

un solo mando,

la velocidad,

un solo trayecto.

Quizá estemos yendo juntos al sol.

(De Poemas de la mitigación)

 

 

 

Todo el colorido espectro corre hacia el suministrador de engorda

El cardumen se precipita para tomar los trenes

En Madrid: “Me calzo moda aunque me saque cayo

y de fleco a pie te reviso, pero callo”.

En Paris: “No te veo y no me veas demasiado”.

En Bélgica y Holanda, lo mismo, pero en bici.

El cardumen revisa constantemente sus burbujas y reviste los diseños de sus pieles.

Examina la engorda del invierno pasado. Impaciente

discute el suministro anual o la imposición de los flujos.

Acepta la conexión de los alambres y la reducción viajera.

Pronto será despojado de sus pieles, sus carnes, sus cebos.

El niño ha estado vaciando la pecera sin disolver los tránsitos.

Cae delgada el agua a la cantimplora,

fuente que reanudará la marcha,

junto a los otros niños, hacia la escuela.

Dejará al padre las faenas con el cuchillo, el camino hacia la venta.

(De Poemas de la mitigación)

 

 

 

El amanecer de los órdenes

Me metí a un banco de peces mucho más elaborado,

peces de lustrosas pieles, estampados diversos, en engorda,

reventados pulcramente en los dientes de sus dueños.

Cacería inevitable en el amanecer de los órdenes.

Pues el pez con la velocidad se siente intrépido,

cubista, carimúltiple,

atleta,

cualquiera que lo disienta será Botero.

El llamado al cardumen de ciegas vistas,

de sordos rostros, de mudas habitaciones,

suave, imperceptible en el tráfico de las calles.

Largas playas submarinas por andar

después de esta pasarela interminable.

Sabremos por los tránsitos de las pupilas quién haya perdido la cuenta,

quién se haya elevado, salido del agua

muerto,

aquí en la retícula de las pantallas.

Muy pronto habrá de saltar el pez la ausencia del agua,

buscar el charco o definitivamente convertirse en pájaro,

cambiar el agua por el aire,

las aletas por las alas.

(De Poemas de la mitigación)

 

 

 

Voy en el metro. Llevo mi corazón cargando como un libro. Los paganos siempre hemos aislado la lengua animal, el dolor vegetal, los signos minerales para hablar. Reclamo mi familia con el amor del sol, la ayuda del viento, el poder del agua y de la noche. Con el abrazo de la madre y del padre, agradezco las antenas y la cola. Limpio con un hoyo todo veneno. Volvemos a hablar. Me interno en las raíces. Soy su cómplice.

(De Poemas de la mitigación)

 

 

 

Duele el animal, la aceleración de su nacimiento

Su crecimiento violado. Duele el pesticida.

—¿En qué parte del cuerpo?

(De Poemas de la mitigación)

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