Ensayos sobre poesía mexicana

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Pedro Salvador Ale

La voluntad poética e intelectual, es –hoy como siempre, urgente e imprescindible. El rol del poeta en este tiempo es la reflexión y el constante trabajo por ser original, desde el punto de vista estético, pero no por la mera originalidad de la obra, sino porque el mundo en el que vivimos necesita de nuevas ideas, de audacia de pensamiento, de osadía e invención.

No existe otro modo de inventar las utopías, y es fundamental, sobre todo en una época que, desde la violencia,  ha decretado la enfermedad de la poesía, que aún se resiste a morir, porque uno de los aterradores poderes de la violencia es que está destinada, precisamente, a la tarea de destruir la imaginación, tarea en la que es inmensamente eficaz.

Pedro Salvador Ale

 

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Hablemos de poesía 17 ensayos sobre poesía actual mexicana. Compiladores: Sergio Gargía Díaz y Adriano Rémura. Editorial Verso Destierro (2016). 

Estos ensayos nos enseñan que:

La voluntad poética e intelectual, es –hoy como siempre, urgente e imprescindible. El rol del poeta en este tiempo es la reflexión y el constante trabajo por ser original, desde el punto de vista estético, pero no por la mera originalidad de la obra, sino porque el mundo en el que vivimos necesita de nuevas ideas, de audacia de pensamiento, de osadía e invención.

No existe otro modo de inventar las utopías, y es fundamental, sobre todo en una época que, desde la violencia,  ha decretado la enfermedad de la poesía, que aún se resiste a morir, porque uno de los aterradores poderes de la violencia es que está destinada, precisamente, a la tarea de destruir la imaginación, tarea en la que es inmensamente eficaz.

Una muy extendida forma de violencia que sufre la lengua, en la que todos participamos, es el prejuicio que la define exclusivamente como un medio de comunicación. Si se la considera así -como lo hace nuestra sociedad- se la violenta en el sentido de que se olvida que el lenguaje, y en particular, el lenguaje poético- no es sólo el medio, sino también el fin de la comunicación.

Cuando se mediatiza el lenguaje, cuando se lo considera sólo una mediación para otra mediación, porque la comunicación se pone al servicio del marketing, el marketing del dinero y así sucesiva e infinitamente, nos olvidamos de que el lenguaje es ante todo un placer, un placer sagrado, una forma, acaso la más elevada, de amor y de conocimiento.
Por esto mismo, estos ensayos me dicen por diversos caminos, que reflexionar sobre el trabajo que hacemos es una experiencia que debemos imponernos cada uno, en tanto poeta, editor, maestro, periodista, editor de revistas, en un país donde los gobernantes se sienten parte de un primer mundo, con  una mayoría del país en la miseria. Todo esto, acompañado de una degradación ética inédita, con una impunidad generalizada, el modelo propone que seamos felices con la comunicación virtual, aunque estemos envenenados de ignorancia, de corrupción, de analfabetismo creciente, hipocresía y callejones sin salida.
Ante esto, me veo obligado a decir que, en circunstancias semejantes, la escritura de la poesía, no puede ser solamente escribir versos bonitos o bien manufacturados.

Este libro me conduce a decir que es inevitable pensar en el oficio de poeta, como en una tarea que se impone, que desarrolla otros oficios paralelos: guía de taller, maestro de escuela, editor, periodista, corrector de estilo, escribidor de tesis, entre los más próximos, por mencionar algunos. En todas estas cosas estamos ante variantes del oficio de la escritura, modos de ser amanuenses a punto de ahogarnos en un  océano de palabras.
Hoy los poetas verdaderos están inmersos en lo que pasa, los que se preocupan por lo que sucede en nuestra realidad y se empecinan en seguir soñando utopías. Los que observan la vida de la gente, se conmueven por ella y se dedican a historiar la vida de esas personas, son aves extrañas, animales expulsados del paraíso. Siempre el oficio de poeta ha sido un oficio para vivirlo en crisis, desde ya, no nos pasa nada nuevo. El que no tenga buena salud, que se retire. Además creo, que el poeta verdadero siempre está en el punto de no retorno, no puede volver atrás, ni para tomar impulso, como se dice.
Pero lo que sí es nuevo, es la dimensión de los problemas, porque jamás el mundo ha vivido una crisis  como la de ahora. La escritura de la poesía, hoy  debe ser hacer memoria, es asomarse a los botes de basura y revolverla y olerla, hasta saber lo que realmente es, para luego escribir las impresiones que nos produce semejante experiencia.

Hacer poesía hoy y siempre, es vivir. Escribimos para no morirnos, para existir, para seguir respirando. Y por eso estamos aquí esta noche, para decirnos estas cosas y que luego todo siga su marcha y nosotros con ella.
Lo que tengo claro, lo que sabemos es que ya no buscamos la gran obra poética, el gran libro de poemas que cambiará el curso de la historia, por lo menos en mi caso: apenas soy un poeta de entre casa, aldeano, si quieren, un solitario, un fóbico que no va a cocteles  ni hace nada para ganar premios ni becas. A mí, todavía, me importa mucho más, la poesía que el éxito. Así somos más libres, más cachondos, más cuates, si se me permite la palabra. Nos gusta encontrarnos para charlar, beber unos tragos, para contarnos chistes y bromear sobre aquellos que le vendieron el alma al diablo y figuran en todos los premios o encuentros de poetas. Nada me parece reprochable.

Después cada quien se va a su casa a seguir soñando con escribir una obra que valga la pena, que justifique nuestro minúsculo paso por este pequeño mundo de la poesía. La vida, la tragedia latinoamericana, son las leyes de mercado y por qué no (las limitaciones de nuestros talentos, no tan sólo para escribir, sino para tratar con las instituciones o con funcionarios mediocres). Hemos aprendido a ser rigurosos sin contemplaciones, formalistas pero no vacíos, humildes, pero sin pose, más fraternales, menos soberbios.

Me parece que hoy, aunque no siempre lo sepa, el poeta tiene un miedo más claro de sus propios fantasmas, lo cual habla de una mayor modestia, y es más consciente de su lucha interna contra su mediocridad y vanidad. El espejo en el que nos miramos suele devolvernos dos caras, que no dejan de ser crueles porque obligan a no quedarse quietos: una es la del éxito y contra ella hay que pelear para no creerse más de lo poco que uno es; la otra es la del fracaso, contra la cual también hay que pelearse para no bajar los brazos y poder seguir buscando explicaciones fantásticas a este mundo absurdo y cambiante.

Por eso creo que la memoria  es más consistente y más noble  que el olvido, aunque parezca todo lo contrario. A mí me parece que en una sociedad como la nuestra, sólo el reconocimiento del dolor padecido y el que se padece, sólo la memoria y la honestidad  intelectual nos permitirán  seguir soñando utopías, y lo que es mejor, nos alentarán  a seguir luchando para realizarlas. Porque las sociedades en las que el arte y la literatura acaban siendo patrimonio de minorías, son sociedades que terminan achicándose inexorablemente, y eso es lo que nos pasó y tenemos que revertir esa perversidad.
Pienso que podemos hacerlo desde el pensamiento y la imaginación. Nuestras obras, más allá de todos los problemas del mercado que se nos plantean, son una demostración del pensamiento libre y el coraje intelectual como militancia y por eso seguimos  leyendo, estudiando, escribiendo, editando.

Como todos ustedes saben, la poesía no es para hacer política, y eso está bien, pero la  hace. Y es por eso que, aunque el mundo ha cambiado bastante y nosotros también, en mi opinión los poetas  mexicanos y latinoamericanos todavía seguimos teniendo más que ver con Sartre que con cualquier teórico sobre el fin de los libros o de la historia.
Por otra parte dada la estulticia, la ineptitud y el constante enjuague   decorativo, que son las políticas culturales en vigencia en este país, el oficio de poeta  tiene ante sí un desafío de lo más honorable.

Porque nosotros somos los que tenemos la obligación  de darnos cuenta de muchos males arraigados; amo mucho, profundamente a este país y a mis países latinoamericanos y a veces pienso, en estas cosas que ahora comparto, y es que a mí me desesperan, aunque en lo personal a veces no tenga motivo de queja. Es que, cuando un país parece  haber decidido suicidarse culturalmente, es muy difícil que unos pocos empecinados lo salven, tuerzan esa vocación. Cuando una sociedad  parece entregarse al frenesí de la tontería y de la estupidez, la corrupción, la simulación, la mentira, la transa,  y la ignorancia disfrazada de cultura, es muy difícil inventariar la razón o apenas, el sentido común.

Pero no es imposible y alguien tiene que hacerlo, y los poetas,  no podemos hacernos los distraídos. Por eso entre nuestros desafíos está el seguir defendiendo este papel de pensadores, este orgullo de ser poetas: gente que piensa, gente cuya producción es su cabeza y su cultura y cuya materia prima son los libros que leen, los libros que se editan y las ideas que están en esos libros.
Desde ya, lo que digo es idealismo puro, lo es, lo admito, admito que será anticuado para algunos o muchos, pero yo seguiré pensando, como no recuerdo quien, pero dijo: los realistas no me molestan, salvo cuando amenazan a los idealistas. Y después de todo, si la alternativa es el pragmatismo, y el pragmatismo equivale al olvido de los principios y a bajar los brazos, la mejor opción es, siempre y todavía resistir con ideales e ideas, ya lo sabemos, aquí y en muchos lados, por no decir en todo el mundo, hacer cultura, es resistir, por lo menos en México donde el único  destino posible para un poeta y un pensador es la resistencia cultural, no hay otra.

No hay  peor violencia cultural que el embrutecimiento que se produce cuando no se lee, una sociedad que no cuida de sus lectores, que no cuida  sus libros y sus medios y su memoria, que no guarda su memoria impresa y que no alienta  el desarrollo  del pensamiento, es una sociedad culturalmente suicida.

No sabrá jamás ejercer  el control social que requiere una democracia adulta y seria, que una persona no lea, es una estupidez, un crimen que pagará el resto de su vida, pero cuando en un país y un continente sucede eso, ese crimen lo pagará con su historia, máxime si lo poco que lee es basura y además la basura es la regla  de los grandes de sistema de difusión masivos. Un país así, desdichadamente puede estar caminando alegremente, violentamente, sin saberlo, hacia su propio funeral como como sociedad, como nación. Yo procuro que los poetas , en general, sepamos que esto es así y continuemos empeñados  en escribir lo que escribimos y en editar lo que editamos, como este libro de verso destierro.

Y para finalizar, diré algunas cosas, ante la pregunta que se expresa de distintas maneras en este libro: “la importancia de escribir poesía en estos tiempos”, respondo que la poesía verdadera no ha sido “importante” en la historia: un libro de poemas no ha derrocado a ningún gobierno ni ha causado guerras ni ha salvado de catástrofes, pero le ayudó al hombre a sobrellevar las adversidades, a tener esperanza y a aprender poemas para seducir, lo cual,  ya es bastante. Tampoco ha sido trascendente en el contexto del ego, del poder establecido y de la mercadotecnia. Más allá de la tecnología y de los medios de “información”,  de la expansión horizontal de la difusión, la poesía sigue siendo iniciática y de culto, aunque hoy se la ejercite más que en ninguna otra época de la humanidad: escribir ocurrencias, juntar palabras, bordar versos huecos o hablar de lo que les pasó a otros, no es “hacer poesía”, porque los poetas no se fabrican en universidades ni en talleres literarios ni  con desamores, ni con la capacidad intelectual de retener mil frases estupendas. Claro, para el que tiene talento con la escritura, esos espacios son formativos y pueden ayudarlo a desarrollar sus capacidades. En pocas palabras, la poesía no se puede enseñar, el poeta nace y se hace, se deshace y renace de manera continua, no se puede aprender a gambetear igual que Messi, con esto quiero decir con el gran Rubén Darío, que “el poeta nace con el celeste rayo”, hay una sola neurona que funciona de otra manera y luego son millones las que deliran y no hay como regresarlo a una concepción del mundo políticamente correcto,  donde no exista la libertad de imaginar otra realidad. Por esto, ni la poesía ni el poeta “son importantes”; creo que a nivel masivo, hay  malos entendidos con respecto a lo que es poesía, sobre lo que significa, una mediocridad organizada escoge y confunde lo más cursi, superficial y elemental como “poesía”, en esa bolsa mete a cantantes y actores mediáticos, a esta confusión colabora la “cultura oficial”. Entonces, para un lector desprevenido, es muy difícil encontrar poetas de verdad: hay demasiados delincuentes del lenguaje, demasiados que escriben lo que roban y otros, directamente, asesinos seriales de lectores de poesía.

Ninguna época ha sido propicia para la poesía, la lectura de poemas es  para una minoría, porque se da por elección individual. Esto hizo que la poesía no sea secuestrada por el mercado editorial. Por eso no pierde su vigencia, su sentido y su permanencia de libertad.  La poesía no  discrimina, sucede que poca gente quiere poner su voluntad en descifrar el misterio que encierra un poema: explorar en las zonas oscuras y luminosas de su ser, a través de palabras profundas, que vienen de la experiencia del poeta como testigo de la belleza efímera, que transporta al lector a la dimensión de su propio sueño, a su libertad, a su relación con la Vida.

La poesía no es “importante” sino necesaria, para que el ser humano se descubra a través del lenguaje, encuentre su dignidad verbal, porque no hay que olvidar que la poesía es el lenguaje más elevado que alcanzó la humanidad en cualquier idioma. A mí, cuando me preguntan ¿por qué me dediqué a la poesía? Les respondo que de algo había que Vivir, peor hubiera sido tener que trabajar. (P.S.A.)

 

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