EN PAZ
I
No dijiste nada.
Cuando tuve que poner silencio a la sentencia
y hacer de verdugo
(aunque ya nos habíamos condenado
a muerte, mutuamente,
años atrás),
no dijiste una sola palabra.
Supe entonces que todo
sería más difícil de lo que creía,
más cruento de lo que merecíamos.
Esa falta de palabras
mutó en caudal de saetas venenosas,
desató la madre de todas nuestras guerras y,
sabiendo que ni ganando todas las batallas
vencemos, en el fondo, verdaderamente,
seguimos arrojando proyectiles,
sacando brillo a los escudos.
Mas los dardos repelidos
rebotaron enloquecidos y ciegos
contra nuestras hijas inocentes.
Y no hay coraza que proteja
en contra de tal herida.
II
La guerra y la paz se parecen.
Convocan siempre a conocidos;
mientras más cercanos, mejor.
Son actos íntimos,
el otro rostro del odio y el amor
y se convierten en lugar común
para narrar nuestras historias
(exitosas o fracturadas, da lo mismo).
Actos hermanos de una misma obra,
requieren de la actuación continua de protagonistas fijos:
sólo así la comedia puede devenir en tragedia,
héroes en enemigos, alianzas en ataques.
No cesan de rodar cabezas,
de caer la noche en los párpados abatidos.
Demasiado rencor en ascuas.
Demasiado afán de sangre.
Déjenlos morir en paz.
Que baje el telón de una buena vez.
III
Y bien:
Ya has agotado tu calumniar mi rostro y apellido,
me he cansado de afrontar tu violencia adolorida
con mi enfado redoblado y agrio.
Nos atacamos para defendernos,
aun si la embestida
es una ficción de nuestra mente perturbada.
Ya nos fatigó
hablar todo lo mal que podíamos
el uno del otro,
sepultar los yos que quisimos una vez
en el rencor y esta rabia sin nombre.
Nos hemos hartado de mentir y falsear
nuestro pasado.
Ya usamos todas nuestras armas
y cercenamos hasta el último aliento,
amputamos cada miembro
y derribamos las murallas tristes
de nuestro ayer.
Ayer, cuando también nos fuimos generosos,
nos obsequiamos capítulos no explorados de la vida
y nos lanzamos a la aventura aquella de ser padres,
la única reserva por la que no terminamos de exterminarnos.
Queda el dolor y quedan nuestras hijas. Nos queda el futuro.
Quedemos en paz.
SOL ARDIENTE*
Sol ardiente en el levante,
la lluvia es el rencor del fuego,
la caricia pródiga del cielo.
Acabo de entender
los recodos del silencio, el eco
en la covacha del deseo. Acabo
de esconder mis fantasías
en fados, hadas y vados
clausurados: un quisiera
que se cambió el ropaje, un tentáculo
invisible ganduleando en la entrepierna
del deseo. Acabo de sorprenderme
antes de mis crímenes
al menos; por más que no.
Me desdigo para no contradecirme,
para no incitar la lluvia
sobre el fuego en el levante, aunque
el eco se levante en cada vado
inaugurado y me sorprendan los crímenes
tentáculos. Acabo de escuchar
al sol que se levanta, acabo
de tragarme otra estampa
inútil, una fantasía más; acabo
de idear más fechorías prodigiosas
(sol ardiente)
que no cometeré; acabo
NUNCA MÁS*
con su oscuro batir de alas
mudo impávido y abyecto
azota la cortina de mis ojos
empeñado en rasgarme la retina
en forzar una visión acuosa
para sumergirme en el fondo mismo
del abismo de mis miedos
ha sido demasiado ya
murmuro sin embargo
y sereno y decidido
sin ofrecer alpiste o tregua
le parto el pico
y lo mando a volar
*Extraídos de Palabras que se agolpan en algún rincón del eco
Adrián Muñoz (Ciudad de México, 1975) es indólogo, poeta y traductor del inglés y el sánscrito. Trabaja como investigador de tiempo completo en El Colegio de México y es autor de varios títulos sobre yoga, como la Historia mínima del yoga (El Colegio de México, 2019). Ha publicado los poemarios Kintsugi (Cactus del viento, 2019), Palabras que se agolpan en algún rincón del eco (Los Otros Libros, 2021) y la plaquette Pater noster (Ramas de noviembre, 2020). Recientemente coeditó una antología global de poesía amorosa junto con Francisco Segovia y Juan Carlos Calvillo (de próxima aparición).
Sobre Kintsugi, de Adrián Muñoz (por Elsa Cross): https://otrosdialogos.colmex.mx/sobre-kintsugi-de-adrian-munoz