Pedro Miguel
Esta es la historia de un todavía joven profesor de epistemología que terminó girando sobre sí mismo a la velocidad precisa, regulada por cuarzo de 33 y media revoluciones por minuto,, empalado en el postecillo central de su tornamesa Pioneer –un aparatazo, hombre que bárbaro– y arruinando para siempre la vos preciosa de Silvio Rodríguez.
Sucedió el fin de semana pasado en un departamento de Copilco. Unas horas antes, el profesor había salido de una casita de recién separado, comprada a crédito con milagros, palancas y un préstamo del ISSSTE, una verdadera ganga, pues fíjate que unos argentinos que se fueron, y a un pasito de la UNAM, tercer piso, edificio 12, torres del Pesum; fue a la tienda de C.U. para abastecerse de unos buenos vinillos y patés –nacionales por que ya ves, la pinche crisis–; el buen trabajador intelectual recorrió los estantes de licores acompañado de su carrito, y a la salida el peso de éste había experimentado el crecimiento exponencial que es preciso rescatar –desde una perspectiva crítica, por supuesto– como una aportación de Malthus.
La adquisición de semejante morada bien valía un reventón. N’hombre, si las rentas están carísimas, y es que, a propósito, acabo de encarrilarme en una investigación sobre el latifundio urbano y he encontrado cada cosa; ¿el marco teórico? No pues… Castels, algunas cosas de Lefevbre, por supuesto, y una mención muuuuy muuuuy somera del capítulo XLV del Capital, rollo ese de que “sea P el precio individual de producción del terreno B, siendo P mayor que P1”, en fin, sólo que tomando en cuenta que aquí no estamos hablando de tierras agrícolas, sino…
–Oye, cómo eres capaz de citar de memoria.
Los insumos contenidos en las dos gordas bolsas de plástico empezaron a ser consumidas esa noche, en casa del epistemólogo dialéctico, por aquel ex compañero de militancia, dos colegas de la Facultad, la ex esposa de un cuate suyo que acaba de divorciarse y ante cuya separación nadie quiere tomar partido, dos alumnas que se caen de buenas –especialmente una de ellas, la que trajo a ese pegote– y una pareja de comunicólogos muy buena onda.
Pero gris es toda la teoría frente al árbol verde de la vida, o algo así, que decía el maestro Revueltas, y por más citas de éste y de otros destacados luchadores sociales, no había manera de romper el vínculo que ataba a las más buena onda de las alumnas al gañán pendejo y atlético a quien además nadie invitó, pero que está ahí sentado fajándose a la beldad que saco MB en Metodología, sin la menor consideración para con un pobre soltero con maestría en Teoría del Estado.
Las botellas adquiridas a costa de un salario amenazado por la plusvalía relativa que se deriva de la reducción del tiempo de trabajo necesario había empezado a experimentar drásticamente la caída tendencial de la tasa de contenido, y si bien las Condiciones Objetivas parecían haberse ya presentado (música suave, dos parejas cachorreando en un sofá, además del imprescindible borracho que ya vomitó el pasillo), las subjetivas estaban siendo echadas a perder por aquel mamón que trajo esa alumnita de mis esfuerzos.
A las dos de la mañana el buen profesor universitario perdió –con ayuda de media botella de mezcal ríspido– su programa político y pasó a la provocación, al ultraizquierdismo y al aislamiento de las masas. “Estás haciendo el oso”, le advirtió la pareja de comunicólogos, que ya se iban, pero él no hizo caso y pasó del apoyo crítico a la injuria contra aquella pendejuela menchevique.
En aquel momento, el chavo que la acompañaba –y que era su marido, según supo después el epistemólogo accidentado– se dijo a sí mismo “yo ya no la hago”, y demostrando que no era marxista, ni científico, sino un vulgar naco, y con una escandalizante falta de método, le puso al alcoholizado profesor un chingadazo que lo sentó en aquel tornamesa fi–ní–si–mo, echando a perder de paso lo que quedaba de fiesta y llevándose consigo a la muchachita.
El científico social dio algunas vueltas sobre su propio eje, preguntándose si aquella sensación de que el mundo giraba a su alrededor era causada por el golpe, por el sentón, por el mareo de la borrachera o por el derrumbamiento total y definitivo del Modo de Producción de nuestro tiempo.
[Número 38 / Mayo-Junio 1989]