Por Moisés Elías Fuentes
Mistress Sarah Winchester
construyó Llanada Villa, dicen,
para extraviar
a los miles y miles de fantasmas
que dejó a su paso,
entre sangre y olvido,
el rifle que conquistó al Oeste,
el que hizo la fortuna de los Winchester,
la familia del amado esposo,
muerto tan joven.
Pero ella no los olvidó,
sino que más bien como que conocía
a cada uno,
los veía morir una vez y otra,
desangrados de la carne al alma,
friolentos y errantes
bajo las desgarradas ropas:
Sioux, apaches y comanches,
cheyenes y navajos;
muertos también el búfalo
y el venado,
el berrendo, el lobo y el puma.
Construyó Llanada Villa
y la siguió construyendo,
dicen,
para extraviar a los fantasmas.
Pero sólo un fantasma vino a la casa,
inadvertido
como la alegría en un vals de Chopin:
El fantasma de miss Pardee,
la hermosa quinceañera enamorada del piano
y de las sonatas de Schubert,
sentenciada a morir a los veintidós años
para que viviera mistress Winchester.
Desde entonces el piano se deja escuchar
en los pasillos de Llanada Villa
y todos mal creen que es mistress Winchester
deleitando a los fantasmas.
Porque ella olvidó que hubo días
en que fue Sarah Pardee,
enamorada del piano y de la vida,
ajena al rifle que conquistó al Oeste.
Pero miss Pardee no la olvidó a ella,
la extraviada,
y decidió habitar Llanada Villa
para que hubiera alguien que la acompañara
en esta soledad incoherente,
laberinto de sí misma,
olvidada por los fantasmas.