El cerdo Julián de Cinthia Solis

 

 

El cerdo Julián

 

 

Aprendí a amar a las personas ausentes cuando mi padre se cayó de la motocicleta o eso anunció mi madre con unas gafas oscuras cuando fue por mí a la escuela bilingüe de los Legionarios de Cristo. Ahí yo usaba mi acento mexicano magistral, ese que en casa me decían era mala pronunciación. La realidad del asunto fue que los del crimen organizado le pidieron cuota mensual por protección a mi familia, es decir tenían nuestras fotos y nombres. Por eso huimos a 12 horas de distancia, salimos de noche y un amigo de mis padres nos intercambió el carro cuando nos acercábamos hacia Quintana Roo. Mi padre volvió a Villahermosa por su moto varios meses después cuando ya estuvimos instalados y el resto fue su ausencia. Volvimos a Galicia, solía pasar los veranos en la casa de campo de la tía Muriel; por la tarde recogíamos huevos de gallina y correteaba entre árboles o jugaba al bar con el tío. Adorábamos hornear larpeira y conforme tuve edad logré la tortilla bien hechita y los chicharrones: la grasa de esta comida con tajadas sobrantes de la matanza de puerco se cocinan hasta quedar crujientes o se toman frías como una especie de gelatina. Lo recuerdo ahora que no como carne. Al principio me generaba repugnancia  mirar este guiso, pero el tío me metió un bocado a la fuerza, esta de la ostia, dije, mientras daba golpes en su cabeza, la tía Muriel gritaba ¡ahí no Elena en el culo!

 

 

Gracias a esto fue uno de mis platos favoritos. Ese día también tomé un bocadillo, la tarta y  el helado, visité el baño y vomité. El impacto de sabores es una de las cosas que más recuerdo de mis veranos en casa de los tíos. También el descubrimiento del secreto para poder comer hasta arriba y no hincharme.

 

 

Me mudé a Inglaterra cuando el paro comenzaba a tomar fuerza. Al principio dediqué mi ocio a pasear por Brighton beach  mientras realizaba búsquedas  de empleo sentada en la mesa de algún pub. Así fue como me lie con Harry, fancy a drink? me dijo. Entonces los imponentes ojos gris, azul, verde me reventaron por dentro, sure  y lo convirtieron en mi hogar. Nos mudamos a Leeds por asuntos del trabajo de Harry. Fuimos nosotros los de tomar el té diario a las  cinco como dos viejos rancios para después volver al flat. Yo le hablaba de mi infancia en México y mis padres gallegos, al llegar al asunto de la motocicleta, él me besaban con sus ojos aceitosos y preparaba la cena, cortaba los vegetales muy parejos como aprendió cuando trabajaba de ayudante de cocina en la universidad, servía el vino y nos arrullaban las últimas horas del día penetrando nuestras siluetas.

 

 

Al estar en una ciudad universitaria pronto obtuve un trabajo como traductora y las ausencias de mi esposo no me pesaban.  Una noche mientras cenábamos anunció que la compañía de logística lo puso al frente de la oficina en Polonia y no pagaríamos alquiler. Aceptamos la propuesta entusiasmada pero no más de un año, era la oportunidad perfecta  para reunir el dinero del  backpacking por todo Latinoamérica, nuestro sueño desde novios.

 

 

En la pequeña ciudad donde residimos  la gente parecía tener un interés nulo por idiomas extranjeros, el tiempo en ese lugar era pausado en mi reloj. Tuve que conformarme con algunas traducciones y gastar las horas en labores domésticas, dormía muy poco, soñaba con peces, marranos y perros, vomitaba cuando Harry roncaba en la cama, cuando no escuchaba mis pasos. Once meses después él me propuso iniciar el viaje por mi cuenta. Mi primo Xan residía en Yucatán y el vuelo desde Londres aterrizaba en Cancún; después de averiguar sobre el clima y las condiciones, ambos decidimos que ese sitio era perfecto para iniciar. Además yo había vivido en México hasta los 10 años. Le pedí a Harry concluir el contrato con la empresa pronto. Sólo dos meses más y estaré ahí, aseguró .Esa noche nos mantuvimos despiertos, tocándonos con ganas, las ganas que nos iban a acompañar en adelante, el vértigo del amanecer nos compuso el cuerpo pero no las angustias. Tomé el vuelo con pastillas de melatonina encima que ni de coña me hicieron efecto.

 

 

Una agradable ciudad me recibió después de cuatro horas de autobús más un vuelo trasatlántico, estaba hecha polvo pero ahí el sol se escondía a las ocho un mes de marzo y usar vestidos ligeros fue una novedad que acepté con gusto desde el primer instante; llegó agosto y mi marido no logró acabar el contrato .Si renunciaba no gozaría de un acuerdo con la empresa que ayudara nuestros bolsillos. Fue ese momento donde decidí montar una agencia de publicidad con mi primo para entretenerme.

 

 

Los  días de ardor, sed  y cuarenta grados hicieron que me apeteciera  la caña fría más que el vino, nadar por la noche y comer salsas. En un restaurante del centro histórico descubrí un guiso que me transportó a una suerte de viaje por mi infancia: la cochinita pibil. Era grasosa como la del pueblo de mis tíos en España, pero más oscura y espesa, por eso la tomaba en tapas o en porción de taco mexicano, pues la culpa y el terror de ganar peso hacía lidiar una batalla entre el placer de mi boca y la abstinencia de mi cuerpo. Algunas noches me soñaba dando giros en un corral de tierra, entre un mar calmo y un bosque lleno de eucaliptos desamparada y sucia. La gastronomía de la región se volvió así uno de mis pasatiempos favoritos, probarla en diversos pueblos o mercados. Incluso escribí anotaciones de los ingredientes que no conocía. También visitaba el baño a introducir el dedo en mi boca con descaro porque la porción del pincho  se me olvidaba de vez en cuando y como consecuencia nadaba por más tiempo para no dejar mi abdomen crecer. Quise dejar las grasas pero más que nada la idea de no comer carne requería de un plan. Al día siguiente pasé por una tienda de mascotas y compré un cerdito adorable. Lo llamé Julián. Cuando le envié una foto a mi esposo la pantalla gritó, have you gone mad?, yes love.

 

 

Xan y yo conseguimos avanzar con la agencia. Nació también un interés por artistas locales a quienes dimos espacio en nuestra revista promocional. Así conocí al joven escritor. Los clichés de esta clase de tíos no los sabía, no los de esta región. Nunca hablaba con nadie extraño por mucho tiempo, sólo cuando bebía de más, así era mi carácter. En esta situación del negocio me limitaba a dar el visto bueno y frecuentar los sitios bohemios de la ciudad. La idea de movernos en esto no era mía sino mi primo.

 

 

Un martes en un evento oí leer al joven escritor acerca de una mujer lánguida incapaz de mirarse al espejo, ¡Cómo echaba de menos a Harry! Sin embargo eso no evitó que mirara con más detenimiento a ese chico. Acepté improvisar una entrevista para él movida por el morbo.  No pasaba de los 24 con seguridad, incluso con barba a medio afeitar. Luego llamé a mi esposo  para charlar y olvidarme del asunto; le hizo ilusión mi entusiasmo en  espera de su mudanza. Nosotros siempre mantuvimos un código de lealtad, nunca hubieron terceros; él salía con su smoke buddy Shannon a los pubs y yo de marcha con los compañeros del trabajo. No había gritos, ni arranques. La entrevista con el joven escritor fue en una cantina regional de las calles del centro. Hablaba de su proceso creativo mientras yo me concentraba en los pinchos que llaman botanas por aquí y en mi nueva mascota como consigna para no llenarme la boca indebidamente; al despedirme de él  se acercó de más y abrió mis labios con su boca. Titubeé en corresponder. La situación me hizo gracia pero una punzada me llegó hasta el bajo vientre. Eso fue todo. Incluso fue motivo de plática con Xan que se dobló de risa, pues cómetelo Elena, una anécdota picante te hace falta.

 

 

La semana siguiente recibí un mensaje del joven escritor, decía que tenía muchas ganas de verme. Nunca sucedió, no en muchos meses donde lo único que recibí fueron vagos textos o silencios violentos a mis respuestas largas. Llegué a topármelo en algunos lugares donde actuaba  con indiferencia  y mis visitas al inodoro fueron más a menudo en medio del desconcierto, mira que por un pico perder el piso. La mente comenzó a jugarme una mala pasada, recordé entonces que cuando mi padre se marchó a por la motocicleta yo le escribí muchos mensajes en mi libreta pequeñita y me rodaba el suelo cuando no aparecía, hasta el día afuera del colegio cuando me dieron la noticia yo le escribí: no quiero volver a Santiago sin ti.

 

 

Volvimos a Santiago sin él. Ahora a 37 años bien puestos, no poseía ninguna arruga, la dieta mediterránea y el yoga eran aliados efectivos.  De todas maneras ese chico y su actitud me hacían anciana, ridícula. Atribuí su comportamiento a la diferencia de edad, su ambiente o qué se yo, estas épocas de Tinder  y  Grinder todo lo hacía más fácil para follar, bastaba escuchar las anécdotas de mis amistades. Lo cierto es que yo no tenía idea de cómo hablarle, cosa rara en mi personalidad. Incluso hice rabietas infantiles, en esos episodios deseaba con muchas fuerzas que mi marido estuviera en casa pero las cosas estaban así. Julián merodeaba por el patio y las habitaciones sin decidir si dormía bajo mi regazo o entre la sombra de las palmeras .Con paciencia le dejé la puerta abierta y un gran almohadón.

 

 

Un tiempo después el joven escritor por fin llamó para vernos en un bar de su fraccionamiento. Yo deseaba hablar con él más que verle; recreaba la escena de una cita romántica donde  la inspiración  sonreía, me arreglaba para salir cuando mi cerdito se acomodó en la habitación, me enterneció tanto que le dejé la luz de noche encendida. Llegué a un bar tenue lleno de gente local, en la mesa él mostraba su móvil, la conversación con una chica era clara a simple vista. Estaba borracho.  Me eché hacia atrás, el muchacho me dijo que con él no iban los “rollos” moralistas y que le extrañaba de una extranjera solitaria. Fue procaz, reía de mí. Me llamó acomplejada; sorbió su trago  y dijo me gustas, pero no tengo ningún sentimiento por ti, disfruto ignorarte.

 

 

Pese a mí misma bajé la mirada y me toqué las rodillas, cuando quise ordenar otro trago me interrumpió con un ¿te vas conmigo o no? Y fui, como al matadero. A duras penas llegamos a su habitación, quería montarme en el sofá de su sala con la ventana abierta y el argumento que por esa calle no pasaba ni dios. En mi calle pasa dios a cada 9 minutos o menos pensé, el tiempo aproximado que duró la explosión en salir de la piel bronceada de él. En el fondo de ese incendio centré la mente en el espejismo de una de las historias que escuché de su boca donde un hombre dulce asomaba la frente a un mundo desolado. Cuando se corrió en mi pierna susurró que yo era la segunda doña, sólo que la otra se llamaba Adelaida. Fumé un cigarro y lo observé dormir, me fui a casa. Una vez  en mi baño me desnudé, abrí una gaveta, tomé un tubo de plástico y lo hundí en mi garganta; después me tragué un par de pastillas para dormir. Todo dio vueltas alrededor. Desperté en un cuarto con una bata de hospital. Escuché la voz de mi primo, ¡vaya susto que has pegado Elena, no podéis vivir sola un día más! Vais a esperar en mi casa a tu marido, tu cerdo Julián está ahí con tus objetos personales. La tensión disminuyó en  los meses de mi rehabilitación pero no mis impulsos. Mi mascota y yo nos conectamos, volví a traducir para una web británica, la casa se acomodó a un nuevo ritmo.

 

 

Ha pasado más de un año, el joven escritor y yo nos encontramos de vez en cuando entre salivas y sudores .El chico no habla conmigo de nada solo folla.  No sé qué hacer con él, le he tomado cariño a pesar de que es un cabrón pero ya no cabe en mi hogar. Harry está aquí y ha comenzado a disfrutar de mis nuevos gustos que él considera excentricidades. Nuestro viaje por Latinoamérica se ha aplazado, seguimos en esta ciudad. El cerdo Julián ha crecido a pesar que me aseguraron en la tienda de mascotas permanecería del tamaño de un cachorro, todavía quiere dormir de vez en cuando en mi habitación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una buena persona

 

 

A las dos y media de la tarde sonó el último timbre. Mientras los niños se dispusieron a correr por el patio, la maestra fue a la entrada para recibir a la mamá de Patiente, la mujer estaba ahí bajo el sol, entre los otros padres de familia. Usaba un short bastante corto que le resaltaba de más la barriga y dejaba al descubierto sus tatuajes en el muslo.

 

 

-Hello, Would you join me to the principal´s office please?

 

 

Cruzaron una sonrisa ensayada  y caminaron  con la niña detrás de ellas. El murmullo agudo de los niños desapareció una vez dentro del edificio. Emilia explicaba en un inglés pausado que la alumna no podría obtener el certificado de primer grado de primaria, por el asunto del registro que no se localizó. La niña se puso inquieta, la señora le dijo que no se preocupara; que sí podría seguir viendo a sus amiguitos. La sentó en sus piernas, se abrazaron y sus cabellos contrastaron: el rubio de la madre con el rizo oscuro de Patiente.

 

 

La señora Anderson continuó, – como usted sabe los documentos oficiales de Canadá tardan en llegar, más con el asunto de la adopción; lo que a mí me interesa es que mi hija se familiarice con el idioma español.

 

 

En ese momento las interrumpió el conserje limpiando la ventana con el celular en  Radio Fórmula, el locutor comentaba habría una nueva reforma laboral que sólo estaba diseñada para complacer a Estados Unidos y Canadá dentro del marco del tratado de comercio.

 

 

Brincó al recuerdo de la mamá de Patiente meses atrás. La gringa explicaba que todos sus vecinos la odiaban, que no tenía ni idea de quien mandó a la policía a su casa. La voz le temblaba en llanto, tenía aliento alcohólico, yo no golpeo a mis hijos maestra -dijo varias veces -mientras apretaba las manos.

 

 

El pensamiento de Emilia fue, pobre es extranjera y sola con sus hijos adoptados, hay que darle el beneficio de la duda.  Además sería conveniente tenerla de mi lado.

 

 

Las calles alrededor de la escuela cerca del mar se llenaba de expats, el nombre que se da la comunidad extranjera que se muda a México.

 

 

Ese mismo día  también se acomodó la blusa antes de entrar para ocultar la marca de una chupada en su cuello. Eran las once de la mañana y el calor comenzaba a apretar.

 

 

Una voz casi de niña, que contrastaba con su edad comenzó a hablar:

 

 

– Te voy a pedir un favor, este es el expediente de “Paishon” Anderson o como se pronuncie su nombre, la mamá proporcionó su número de CURP apenas ayer, no logramos rastrearlo en el registro oficial. Quiero que informes de su situación; sin sus documentos este curso ya no tiene validez oficial. Yo tengo una junta así que puedes usar mi oficina.

 

 

Emilia examinó el expediente y respondió:

 

 

– No te preocupes su nombre tampoco es común en inglés pero, ¿qué pasa si  la señora quiere que la niña siga en clase o se enoja?

 

 

-Yo creo más bien que se va a angustiar, consigue que firme, no nos queremos meter en un lío si hay supervisión, nos pueden multar. La fiesta del día del niño será su última asistencia.

 

 

Un silencio corto las envolvió y ella se enfiló a la salida, entonces la directora preguntó: por cierto ¿cómo van las cosas con tu compañera de grado?

 

 

-Honestamente, la perjudico desde que estoy aquí. Hay problemas con el tráfico en periférico, cada vez está más transitado con la construcción del puente. Ella vive a 10 minutos, llega tarde por querer hacer lo mismo que yo. Después en la evaluación mensual esto resta puntos a las dos. Creo que no es concurso de fallas.

 

 

-Ya lo sé Emilia, de hecho platiqué con los otros profesores, ellos notaron que ella te hace malas caras, no te soporta por que no sabe convivir con mujeres.

 

 

La directora tragó 2 galletas de coco  y un sorbito de café. Continuó:

 

 

-Les sugerí que se dieran oportunidad de convivir más entre ustedes, conté que  te insistí para cubrir la vacante y les dije literal, la maestra Emilia es una buena persona. Yo que te conozco de hace años, por cierto el mameluco de Liverpool que le regalaste a mi hijo le quedó divino.

 

 

Emilia volvió al momento presente cuando Patiente pidió ir al baño.

 

 

– Mire, podría ser viable que firme un acuerdo con esta escuela donde acepte que su hija va a finalizar el curso sin validez. Es lo que puedo intentar arreglar con la directora por usted.

 

 

La señora contestó que sí, mientras la niña de regreso había comenzado a jugar, tomaba y soltaba la pluma de la mesa. En un punto con sus deditos agregó un cero al número 300 escrito en el sobre de colaboración para la fiesta del Día del niño.  Cuando la mamá firmó los documentos  también sacó su cartera para pagar ese sobre.

 

 

-Aquí tiene, mil, dos mil, tres mil.

 

 

Emilia apretó los labios.

 

 

-Creo que su hija quiere pagar una parte de la fiesta, ¿no se dio cuenta?

 

 

Comenzaron a reírse y a bromear de cómo se confunden los cambios de moneda, sin embargo un flujo veloz se produjo en la garganta de la maestra; qué bien le caería ese extra, pero si la descubriera la directora ¿qué haría?, si ni habla inglés. Se arrepintió de no correr el riesgo, se arrepintió de correrlo, apretó las piernas y la invadió una descarga eléctrica. sabía muy bien que a la señora Anderson todo le resultaba barato y que casi siempre estaba con tragos encima, además el técnico de aires acondicionados iba a cobrarle 2,400 pesos por las reparaciones en su casa el jueves, dinero menos para su tratamiento de meso terapia.

 

 

Se despidieron, la maestra tomó la carretera rápido para ahorrar tiempo y poder hacer las compras; se secó el  abundante sudor de la frente, miraba su celular muchas veces por si la contactaban del colegio. Una vez dentro del supermercado, revisaba ofertas, luego recorrió el pasillo de cosméticos, casi todos de marcas extranjeras. Algunas cosas en el suelo le llamaron la atención, agarró entre ellas una  palette marca Revlon y la agregó a su carrito de compras.

 

 

Ya en la fila hizo cuentas rápidas, no alcanzaba el presupuesto para pagar ese maquillaje, aunque costaba sólo 196 pesos. Los demás abarrotes comenzaron a pasar por el bip del caja, se los iban acomodando en bolsas, cuando el cajero le dijo el total de la compra apretó los labios indecisa porque la palette quedó debajo de todo y ella la colocó dentro de su mercancía. Fue cuando aventó como por descuido la cartera, las manos le sudaban; se empinó a recogerla  y se abrió un botón de la blusa, pagó con una sonrisa mientras el chico que le había clavado la mirada en el escote decía que tenga usted buen día.

 

 

Nadie lo va a notar, si estaba en el piso supongo por algo será. Se dijo a si misma antes de pasar por el monitor de salida. Ahí cruzó con un anciano, era el guardia; sintió rabia que un hombre de esa edad tuviera que  trabajar, ella siempre daba 20 pesos como mínimo en propina a la gente de tercera edad.

 

 

La alarma se encendió, Emilia dio un paso atrás. Sacó la nota de compra y cruzó los brazos, la boca apretada y las manos mojadas eran la señal de su ritmo cardíaco: el anciano cotejó con ella. Entonces con amabilidad el hombre mencionó que a veces los artículos se “llamaban en inglés” en los recibos.  Una chispa brilló en los ojos de ella y apuntó un desmaquillante de 75 pesos.

 

 

¡Ah, entonces este es el error ¡una disculpa, -dijo el anciano- y procedió a quitar la alarma de la palette . Segundos después el sol de la calle ya no resultaba tan inclemente, salió del lugar con sus compras y la cara sin rastro de sudor. En el compartimiento secreto de su bolsa había dos mil setecientos pesos extras.

 

 

 

 

 

 

 

 

Semblanza. Cinthia Solis. Mérida, Yucatan, 1984. Docente, traductora y contador público. Actualmente estudia psicología. 

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