El Asalto

Guillermo Fadanelli

 

El asalto está a punto de consumarse. Todos saben que ocurrirá de un momento a otro y saben también que la víctima está cerca. Tan cerca que pueden sentir su piel caliente y su respiración temblorosa, oler su perfume adulterado y ese aroma a muerto que quizás produce la adrenalina. Un empleado se acomoda la corbata frente al aparador de Sanborn´s, su nudo mal hecho, las marchas cetrinas de su camisa, su barba mal afeitada se disimulan en el paisaje que reproduce el cristal opaco.

Allí bajo los frisos calcáreos de la antigua Casa Boker, contempla su figura insignificante, quieta, en espera de un acontecimiento que sobrevendrá de un momento a otro; quizás el par de hombres recargados en el muro a sus espaldas, tal vez el hombre que hora emerge de un auto arrastrando una maleta de cuero o la pareja que conversa distraída en la esquina. Cualquiera de ellos puede cambiar su papel y convertirse en la señal esperada, hasta la anciana que extiende su mano a los transeúntes para suplicarles una limosna orillándolos a descender la banqueta y mirar disimulados hacía la enorme torre metálica del edificio Abed.

Son las diez de la mañana y aún no ha ocurrido el primer crimen. Los titulares de los periódicos coinciden en que los asesinos no tienen rostro. La sangre es un río apacible donde nos mojamos los pies y nuestros muertos son los peldaños para subir al cielo. Lo sabe también la policía de mejillas opacas y cartucheras refulgentes que enciende un cigarro sin presentir que a sus espaldas, tal vez, se encuentra alguien que ha tratado 37 años en encontrarlo. Lo sabe la jovencita de las piernas ingratas y el vestido corriente que limpia con una franela el aparador de la joyería. Ella es el centro alrededor del cual los peatones se definen, unos se alejan perseguidos por el impulso ciego de sus propios pasos, otros, resignados se detienen a esperar si el destino les ha dado un papel y observan los movimientos cadenciosos de la joven empleada que parece bailar entre los collares de plata y los anillos de piedras polvosas. El semáforo está en rojo desde hace varios segundos y un niño se inclina para anudar el cordel de sus zapatos. En ese momento suena un disparo, la señal para que cada uno de los actores cumpla puntualmente su destino.

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