Sobre la utilidad de las moscas
La señora Marina Anangurren, mujer compuesta pero con hilos frágiles de elegancia que cualquier detallista habría cortado con una mirada indiscreta, entró al primer restaurante lujoso que encontró en su camino. Pidió como aperitivo un vino Clorinot 1812, un coctel de camarones australianos, bacalao en vino blanco Escargot de cosecha reciente, antusios al ajillo michoacano y otros cinco platos algo excesivos para su figura esbelta y su poco pantagruélica estructura digestiva. Degustó el vino con algo de desconfianza, comenzó a consumir los camarones con evidente y elegante estilo. Cuando vio que nadie se ocupaba de ella, sacó de una linda bolsita una mosca de mierda, brillante, viva y pataleando. ¿Han visto los colores de las moscas de mierda? El Dios pintor excedió cualquier fantasía cromática. Lo juro.
La mujer situó a la frágil criatura con delicadeza maternal entre los camarones, lanzó una mirada panorámica digna de un periscopio alemán, sonrió muy dueña del escenario y lanzó un grito espeluznante.
—¡Una mosca!
Vinieron los meseros, el capitán de meseros, el gerente y hasta el chef de más alto gorro. Trataron de calmar a la escandalosa dama, cuyo espectáculo ya excedía lo económicamente tolerable. En voz baja, desesperado, el gerente le habló al oído a la mujer hasta que las olas de su alboroto se calmaron. La mujer, ya más compuesta, les dijo a los que la rodeaban: «De acuerdo, pero váyase, váyanse todos ya. Me voy a calmar pero déjenme sola. Tengo que armonizar mis chacras».
Cuando todos se hubieron alejado, la mujer tomó entre sus dedos con delicadeza a la mosca, todavía agitando sus patitas, la introdujo en la linda bolsa y se alejó, caminando con elegancia e indignación.
Después de recorrer cinco restaurantes y repetir la misma ceremonia, la mujer llegó a su casa. Extrajo a la mosca de la bolsita y la puso sobre la mesa. La mosca estiró sus extremidades desperezándose y dijo frotándose las extremidades delanteras con evidente satisfacción:
—A ver, querida, cuánto juntamos hoy.
Equivocación
Un hombre todas las noches escuchaba aleteos que no lo dejaban dormir. Prendía la luz y no hallaba nada. Hasta que exasperado, en lugar de prender la luz, disparó ciegamente. Al amanecer encontró a un ángel desangrado sobre la alfombra. Sobre ella había escrito: «¡Pendejo! Yo era tu ángel de la guarda».
Marco Tulio Aguilera nació en Bogotá, Colombia, el 27 de febrero de 1949. Ensayista y narrador. Radica en México desde 1977. Estudió Filosofía en la Universidad del Valle de Cali, Colombia, y obtuvo la Maestría en Literatura en la Universidad de Kansas en Lawrence. Profesor de la UANL y de la UPN; catedrático y colaborador de la dirección editorial en la UV. Fue director y fundador de La Ciencia y el Hombre. Colaborador de Café Literario, Excélsior, La Palabra y El Hombre y Plural. Fue becario del Centro Banff para las Artes en Canadá. Premio Nacional de Novela Aquileo J. Echeverría 1975, Costa Rica, por Breve historia de todas las cosas. Primer y Segundo Premio de Cuento Universidad Santiago de Cali, 1975. Premio del Sesquicentenario de la Universidad de Cauca 1979, Colombia, por Archibold en Alaska. Primer lugar en el Concurso de Cuento 1979, Universidad Juárez de Durango, por El ritmo del corazón. Premio de Cuento de La Palabra y el hombre, Xalapa, México, 1979. Premio del Concurso de Cuento Bernal Díaz del Castillo 1988, Veracruz, por La dama de la noche. Premio de la Primera Bienal de Novela José Eustacio Rivera 1988, Colombia, por Venturas y desventuras de un frenáptero. Premio Internacional de Cuento otorgado por Plural y Excélsior 1989 por Los alivios del cuerpo. Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí 1992 por Los grandes y los pequeños amores. Premio de Cuento Ciudad de Xalapa 199” por el cuento Las tablas crujientes. Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada 1997 por El pollo que no quiso ser gallo. Premio Internacional de Ciencia Ficción Bogotá, una ciudad que sueña por La máquina de las artes combinatorias en 1997. Seleccionado por en CNCA y el Centro Banff para las Artes de Canadá para una residencia artística en 1997. Premio Internacional de Cuento Gabriel García Márquez 1998 por el cuento El humilde Willy en Cuba. Finalista en el Premio de Novela Alfaguara en España 2001 por El amor y la muerte. Premio Bellas Artes de Novela José Rubén Romero 2017 por Formas de luz. Veracruz lo ha nombrado en tres ocasiones Creador Artístico del Estado y Creador con Trayectoria.