Desde la hamaca: «Soy la fecha que el mar todavía no ha escrito», José Carlos Becerra, más vivo que nunca

Mercedes Alvarado

Por Mercedes Alavarado

En aquel departamento de la calle de Tonalá —por donde sale el sol— había un balcón angostísimo y largo en el que me ingenié para colgar una hamaca color crudo, de algodón, que había que lavar cada semana. Tenía también una silla-hamaca colgada en pasillo, convenientemente cerca de una mesa para poner el café y el libro en turno. Tenía —y esta visión es quizá la que más extraño- una frase escrita en mi puño y letra, en burdo plumón, junto a la puerta de salida: Soy la fecha que el mar todavía no ha escrito.

 

Mercedes Alvarado

 

Destino. A ciegas la luz vela

y unos ojos se abren para siempre.

José Carlos Becerra

Por Mercedes Alavarado

 

 

En aquel departamento de la calle de Tonalá —por donde sale el sol— había un balcón angostísimo y largo en el que me ingenié para colgar una hamaca color crudo, de algodón, que había que lavar cada semana. Tenía también una silla-hamaca colgada en pasillo, convenientemente cerca de una mesa para poner el café y el libro en turno. Tenía —y esta visión es quizá la que más extraño- una frase escrita en mi puño y letra, en burdo plumón, junto a la puerta de salida: Soy la fecha que el mar todavía no ha escrito.

Un cuatro de junio hace 38 años llegaba a México el cuerpo de José Carlos Becerra, poeta que no supo nunca a cuántos de nosotros nos conmovió con su mirada hacia dentro, con su palabra tan exacta y sus acusaciones tan absolutas.

Becerra echó a andar la vida y fue justamente en el camino donde encontró el mar de su última mirada. Cuentan que era un mal conductor, que lo sabían sus cercanos y que poco se tardaron en anotar el dato cuando llegó al país la noticia poco detallada de su muerte. Cuentan también que ya le habían dicho los grandes poetas —los que recibían cartas y versos y borradores suyos- que él era, también, un ‘indudable poeta’.

Nunca sabrá José Carlos —cómo— que por años su mar, su fecha intuida y borrosa, me miró entrar y salir del mundo hacia mi hogar. Nunca sabrá el poeta que su verso se quedó en mi muro, como se quedan las ballenas en las playas, varadas.

 

Habrá después

 

Habrá el después, el peso de la ballena donde la playa se ha varado en el movimiento del cetáceo;

habrá el después, el día que abre la puerta de lo que íbamos a decir

al ver entre nosotros cómo crece la playa varada por el movimiento irreal de la ballena

y el circuito del deseo, reunión de cables rotos para ponerlos en el florero

donde la luz debe comenzar a retoñar a consecuencias de una primavera

cuyo cadáver acaricia nuestra tentación de acariciarnos.

Habrá el después, el un día volveremos a encontrarnos, el te hablaré por teléfono,

comenzando por el recuerdo, por el mito de la ballena en la playa varada para que la playa recobre su movimiento y la playa se desgaste,

que aumenta su quehacer deslumbrante.

 

 

Inscripción 

 

No irse para atrás, no parlotear de lejos, que en cada cicatriz alguien nos miente,

alguien nos cuenta cuentos con la sabiduría inmensa del mentiroso,

artificio volante de la tersura,

pieza contagiosa donde se toma la muerte después del baño.

No irse para atrás, no parlotear de lejos,

que en cada cicatriz alguien nos miente, alguien nos cuenta cuentos de la sabiduría inmensa del mentiroso,

del que radica en el calor causado por la revelación del espejo.

Toda inocencia se alimenta con la sangre de los culpables.

 

 

Para la vida

 

Mi destino te busca. Soy la fecha que el mar

todavía no ha escrito.

Esa brisa es lo que sueñan los árboles.

En las sienes la mano recuerda el horizonte.

En los labios

la voz se agita como una bandera

y en algún sitio del pecho aún responde el poniente.

Mi destino te busca.

En mis ojos el tiempo numera las miradas.

Se coleccionan los antes, no hasta decir mañana

sin el pecho partido por la noche.

La ciudad se ciñe el anochecer como una corona.

Arderé como la invención de la tarde,

como el bosque que se ha puesto a pensar en la lluvia,

como la sonrisa que toma forma de anillo

y rueda de una mano silenciosa.

Destino. Palabra que el fondo del río saca como un pez,

como una mejilla donde la corriente puede llorar sin que lo noten las orillas.

Destino. En un pecho la luna boda desvelada

por la razón más fría.

Destino. A ciegas la luz vela

y unos ojos se abren para siempre.

Escucha esa mirada

que al destino penetra hasta irradiarlo.

Día por venir,

por tocar nuestros ojos con unos ojos de viento.

Soplo de mar a bordo de la tierra;

paisaje de unas velas y de un mástil

en una voz ligera como la espuma o la sonrisa.

Hablo del corazón, frente a la muerte.

Hablo diciendo sueño, sueño, altamar, fumarola.

Hablo diciendo Todos;

en el árbol de la voz, con un labio de tierra y otro de noche,

con un corazón de polvo y otro de carta.

Hablo para la vida que ha besado su muerte,

hablo para la muerte

que la vida contempla alejándose.

El tiempo. En el pecho su transcurso se ahonda como un río

que ha oído hablar del mar.

Día por venir, por sentarse a nuestra mesa,

día con cuello de nubes.

Sopla la brisa,

la tierra puede ser el barco que necesitamos.

Compartir

Otras cosas que podrían interesarte