Desde la hamaca (Columna)

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Desde la hamaca
 
 
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Por Mercedes  Alvarado
 
 
 
 
Chocolate de agua bien batido, con molinillo. Oaxaca se extiende a lo largo y ancho del valle. Hay que cruzar la cuidad, con su líneas e intersecciones de metros y metrobuses; hay que cruzar el bosque y mirar los cerros en el horizonte; hay que mirar los volcanes custodiándonos y recordar que este país vive en el cinturón de un fuego que de milenio en milenio vuelve a alzarse en un nuevo volcán, éste que somos. Hay que cruzar los cerros, de curva en curva, subirlos y bajarlos al otro lado, luego: Oaxaca. 
La tierra del mole, del chocolate, de los colores, las calendas, el quesillo. El valle de las iglesias, los jardines, los árboles centenarios. Oaxaca y mis tres mujeres favoritas en la misma ciudad. Oaxaca y una familia que vuelve a reunirse. Una hamaca en lo alto para mirar la ciudad, un libro de Eva Castañeda, un vestido ligerito y el viento que refresca. 
Desde la calma de la tierra zapoteca leo las ‘Verdades’ de Eva y pienso que sí, que ‘una sabe cosas diminutas, cosas grandes’, que el chocolate se come con más gusto cuando no estamos en la desesperación, que hay sitios a donde una vuelve y las calles te abrazan, te bienvienen, te sonríen. 
 
 
 
Verdades
 
 
Yo no sé de estas cosas:
niños moqueando, manos sucias,
ropa quemada por el sol. 
Yo no sé de la pena atestada de pretextos, 
mi llanto en las avenidas principales
y no.
                Yo no sé de elefantes rosas, 
o camellos que se hunden en la sed de un mar muerto.
Yo no sé por qué trepida el frío que se hace entre dos cuerpos:
                          el mío, el tuyo,
                                        el de ellos.
Yo no sé por qué las mujeres mueven los dedos
como si con ellos humedecieran esta vida. 
Yo no sé de esas cosas, hasta que un puñal,
una piedra y una soga proyectan sus manos
sobre la pretendida sinrazón.
                Entonces, Una precisa saber 
                (aunque sea) algo. 
 
 
 
II
Sé que una sabe
cosas diminutas, cosas grandes. 
Sé que la cabeza danza sobre un pie inestable,
movedizo en otro tiempo. 
Sé de la música que hace la garganta cuando piensa
                en otra vida. 
Sé que el asfalto revienta al roce de la calma,
y el cuerpo en su espera cae.
Sé que un puñal, una piedra y una soga
no esconden respuestas. 
 
 
 
 
Oscuro Caramelo
¿Quién comerá más chocolates,
        Un niño o una mujer desesperada? 
en los dos casos, la vena se infla y el mundo es menos feo;
Juana la loca guardó diez chocolates para su hijo Carlos V
y en cada grito algo menos dulce y más desquiciado salía: 
conquistaré el mundo con una sonrisa ridícula
y un juramento de amor
bajo la luna de alpaca.
Mientras, busco lo inofensivo, y lo tierno que no desespera:
chocolates castigados en la lengua. 
Hay algo de metafísico en el caramelo obscuro que atraviesa
la garganta como los caballos del rey Carlos V en Bolonia. 
Chocolate amargo antes de la batalla. Después vendrían 
las lágrimas, la depresión y un reino. 
             Por la ruta del chocolate se llega al Mediterráneo
con su cuerpo de agua y esas ganas de ser de azúcar
para abandonar la sal y sus pecados. 
mar en medio de las tierras. Derretido.
Chocolate. Mare Nostrum.
 
 
 
 
 
Eva Castañeda Barrera (Ciudad de México, 1981) estudió la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas de la UNAM. Es miembro fundador del seminario de investigación en Poesía Mexicana Contemporánea, proyecto adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras  de la misma institución, y donde actualmente estudia la maestría en letras. Colabora en Periódico de Poesía.

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