Desde la hamaca
(Columna)
Por Mercedes Alvarado
Mosches descubre esta felicidad: cuanto más se
libera un texto más poema quiere ser.
Eduardo Milán, Prólogo de El río sin orillas.
Hay una diferencia entre quien escribe poemas y quien ejerce la escritura de la poesía como manera de mirar, de nombrar, pero sobre todo como una forma de asumir la vida.
Si bien las antologías son una suerte de repaso a la memoria de un poeta, lo que resulta claro en El río sin orillas, que abarca de 1979 a 2014 en la escritura de Eduardo Mosches, es que es su poesía la que ha resistido a su propia memoria.
Porque Eduardo nombra, sí, pero su precisión en el lenguaje compone una suerte de instantáneas que, vistas al paso de treinta y cinco años, reconstruyen lo que ha sido una vida en la que la palabra ha marcado el paso.
El amor, el insomnio, la muerte, los árboles, el hambre, la guerra, otras ciudades… todo tiene cabida en la mirada del poeta; todo lo que nombra ha sido parte de un tejer con palabras que se publica en esta edición que en Blanco Móvil celebramos como una declaración de Mosches hacia la poesía que se vive y se escribe.
La palabra
Mi padre grita,
se despierta con dolor,
la cama se ha convertido en su territorio,
gira, se revuelve,
sus talones se hunden en el colchón
como si fuera tierra.
Se adelgaza la vida de mi padre,
la mirada se ha perdido
al interior de sus anteojos.
Sus palabras están tejidas con un hilo quebradizo,
se cuartean,
grita de dolor, de rabia,
el narrador de historias y agudezas
se ha quedado sin voz,
el dolor ha reemplazado a la palabra.
* Del libro Los enemigos del silencio, 2014.
La marcha y los círculos
Los ventiladores
familiares lejanos e insignificantes
de los helicópteros
son excelentes depredadores
del aire.
Giran lentos
ritmo leve
de blues
un jadear ronco de perro gris
que se cobija lánguido
bajo la sombra
del hombre caminando.
Un vaso de agua fresca
está al acecho
debajo de la almohada
sueños.
Pesadilla es vacío y sed
granos de sal en la garganta
y el aullido interminable del embrión.
Convertido el espejo en ventana
las aguas se solidifican
cambian los tiempos
agriadas sales
yerbas varían color
destila rabia de caballos
sólo vigilan
la marcha correcta
de sus circunferencias
quejosos por falta de ángulos.
Desechar pañuelos
carcomidos por lágrimas
que la lejanía produce
forma sutil
de soplar las velas
de los amores frustrados.
El ventilador continúa
su aburrido vuelo.
* Del libro Como el mar que nos habita, 1999.
V
Muñones de palabras
caminan en las calles del cerebro
para jugar seriamente
a inventar las respuestas.
Mi lengua y mis testículos
recuerdan sonrientes caderas y tibieza
calor de verso en los cabellos
lámpara apagando rodillas
soldar de pezones en los míos
mientras el beso se recuesta
en el vacío.
El avión flota
enredadera y peinar de nubes
para encontrar buscando
el cuerpo a la deriva.
VI
Una herradura se cuece en la cabeza:
los clavos horadan
el sudor de tensiones
en este viajero que encuentra sus valijas
mientras algunas bocas
se embalsaman en pasta amentolada
por tanto atardecer con las rodillas rotas.
*Del libro Viaje a través de los etcéteras, 1998.
Las palabras
II
No brota la inequidad del polvo
ni germina del suelo la aflicción
es el hombre quien la engendra
como levantan el vuelo
los hijos del relámpago.
III
Ésta es la zona
de los grandes mitos.
Encapuchados Moisés
almuerzan con ojerosos Jeremías
al costado todavía distante
cetrinos y delgados Muhamad
escupen huesos de aceitunas
entre sorbos de rabia.
A nadie se le oculta
la sonrisa.
Los músculos faciales tiemblan
y se dedican a llorar
por tantos lamentos
y demasiado muro.
Es un lugar soleado
que huele a muerte.
Algunas casas y sus piedras
se han construido
con brazos de números tatuados.
No se comen excesivas frituras
por temor al recuerdo.
Los aljibes se han llenado de lágrimas.
El balde sube y baja
mientras los pañuelos
flamean
en forma de bandera
con una estrella azul
que comienza a tatuar
en otros hombres
señales de otro estigma.
El fruto y las higueras
han comenzado a derramar
leche amarga.
* Del libro Tiempos mezquinos, 1992.