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Códice de un poema anunciado

No anunciar

Lorenzo Morales Malasangre

 

Cisnegro/Vialecto/Sikore, 2023

 

por Víctor Hugo Díaz

“lo imagino chiquito con su pistola de agua apuntando a los autos”

 

Este verso nos hace ver, moldeado en una aparentemente simple y cotidiana descripción, todo el proceso de desintegración que hoy padece nuestro continente, punzando como en una especie de anticipo o adelanto de escenas del próximo capítulo, de una historia casera siempre en movimiento. 

 

No anunciar, libro de Lorenzo Morales Malasangre, poeta tabasqueño (Villahermosa, México, 1973), parece al contrario de su título, ser un “Anuncio experiencial”, estético y escrito de esta patología cultural en propagación. Anuncio que funciona tal vez, como contradicción e ironía a los medios de comunicación masivos, como ironía simbólica ante un hablar superficial y aparente, incapaz de dar cuenta de la vida. Un anuncio materializado, o más preciso, que adquiere su forma desde la voz de un hablante-cámara público, que fluye y respira, en este tiempo de caminos privatizados: “hecho de escombros de corazones heridos”. Un hablante-mirada, que se instala con pie firme en este ahora, mutante y precario, donde “Nadie puede detener el monólogo de la lluvia sobre las láminas del barrio”.

 

Pareciera que en No anunciar, Morales nos sugiriera el silencio creativo y la reflexión activa, como la última y honesta resistencia al ruido y la furia vacios; a los gestos discursivos y corporales de la violencia: “A las arterias de mi barrio les urge una transfusión de sangre o de poesía”.

En el transcurso de sus dos Temporadas, las dos secciones que lo estructuran, este intenso libro se va repoblando constantemente de personajes, lugares y memoria, a veces brumosa, a veces verosímil: “Dicen en el barrio que hay una casa que sala por dentro al que la mira // Dicen que alguna vez habitó una mujer ahí” 

 

También surgen a cada instante y lectura: escenarios, diálogos y momentos que con espesor y ágil sutileza, van tejiendo sentidos y paisajes evocadores, tanto inasibles y permanentes, como críticos y certeros con “la mirada borrosa, / intentando afanosamente hacer reparaciones.”

Leyendo este potente libro, estamos sin duda en presencia de un imaginario y registro propios; es decir, frente a una recolección atenta e incisiva al servicio del ritual de la poesía. 

 

Hablamos de un rotundo, bello y estremecedor pretexto para intentar “Decir”, como quien graba en una estela de piedra, lo efímero… de nuestro aquí en el mundo. 

 

Una mañana cualquiera,  

uno se levanta y camina

//

construye escaleras infinitas,

con un Elote en la mano.




Muestra de poemas

 

X

 

Ayer encontraron a Ceci, no andaba muy lejos de su casa,

traía un vestido azul muy bonito que le hizo su tía la costurera,

tenía la cabellera larga, pero no planchada como siempre, 

sus aretes largos de ámbar le alargaban su hermoso rostro,

no traía calzones, ni teléfono, ni ese bolso pirata que tanto le gustaba presumir.

 

¡Ay esa Cecilia! ¿Qué vamos a hacer con ella? Siempre me decía su padre,

¡Se le va a ir el tren! Nunca terminó la prepa, ni siquiera en línea,

siempre me decía su madre.

 

Yo le hubiera tirado los perros como decimos en el barrio,

hasta le hubiera puesto un anillo en el dedo

 y un pie de casa de esas de Infonavit.

 

Pero ya tenía sus ojos abiertos y una rigidez post mortem,

una cinta amarilla le daba color al solar que agarramos de basurero,

policías y fotógrafos iban y venían con apuntes y llamadas.

 

A unos pasos de ahí había un letrero:

Precaución, hombres trabajando.




XXXIII

 

Lencho se llamaba el flaco sastre de mi calle,

vestía elegante para el barrio,

pantalones entallados a las costillas,

de corte recto o acampanado.

 

Se anudaba la camisa colorida manga larga,

siempre a la altura del ombligo desnudo como un botón de pánico,

no tenía ya dientes, ni dinero cuando se disfrazaba de Ella en los carnavales,

eran otros tiempos dijo la viejita.

 

Entonces nadie le decía puto, gay o amanerado,

nunca se puso vestido de colores chillantes, ni aretes, ni maquillaje,

era natural según decían.

 

Todos le decían Lenchito, así en diminutivo,

Para que él virara su cabeza con el pelo alborotado, 

Su sonrisa sin dientes, con tristuras, sin alegría.

 

Lo que se ve no se juzga le dijo Juan Gabriel a un reportero.

 

Como el divo de Juárez,

Pienso que Lenchito el sastre,

no nació para amar.

 

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