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Donde los genios pasan desapercibidos: Charlie Kaufman y su ‘Anomalisa’

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Rodrigo Gardea Montiel

 

Es muy difícil hablar de una película sin revelar la trama y –peor aún– sin arruinarle al espectador esa sorpresa que nosotros vamos descubriendo poco a poco cuando asistimos al cine.

El arte auténtico (aquel que experimenta) habla por sí mismo y con una voz irrepetible. Tal es el caso de Kaufman, que con ‘Anomalisa’ repite como director. Basta ver el tráiler para quedar pasmado ante el delicado alarido de belleza que el director le planta en la cara a los artífices y mandamases de la era ultraindustrial.

Anomalisa es la película más humana que se haya hecho en mucho tiempo y resulta impresionante que el autor no necesitara de humanos para su realización, sino todo lo contrario. Y es justo allí donde radica la genialidad del asunto, que no es sólo un recurso estético o creativo, sino un posicionamiento ontológico-axiológico y un vehículo semántico para mostrarnos durante 90 minutos un gran retrato de nosotros mismos, un espejo dinámico y versátil que nos lleva a la reflexión hiperbólica de una realidad donde nos hemos cosificado, donde nos hemos despersonalizado y donde es preciso metaposicionarnos para codificar nuestra identidad más allá de las máscaras del consumismo y la cibernética milenial, más allá de la frívola publicidad que se convierte en la piel sobre la cual transpiramos, para poder vernos a los ojos del espíritu. A través del espejo de Anomalisa nos reencontramos: humanos demasiado humanos, fuera de las redes (anti)sociales, que no son otra cosa que un engaño holográfico: el espejo en el espejo.

Rodrigo Gardea Montiel

 

Es muy difícil hablar de una película sin revelar la trama y –peor aún– sin arruinarle al espectador esa sorpresa que nosotros vamos descubriendo poco a poco cuando asistimos al cine.

El arte auténtico (aquel que experimenta) habla por sí mismo y con una voz irrepetible. Tal es el caso de Kaufman, que con ‘Anomalisa’ repite como director. Basta ver el tráiler para quedar pasmado ante el delicado alarido de belleza que el director le planta en la cara a los artífices y mandamases de la era ultraindustrial.

Anomalisa es la película más humana que se haya hecho en mucho tiempo y resulta impresionante que el autor no necesitara de humanos para su realización, sino todo lo contrario. Y es justo allí donde radica la genialidad del asunto, que no es sólo un recurso estético o creativo, sino un posicionamiento ontológico-axiológico y un vehículo semántico para mostrarnos durante 90 minutos un gran retrato de nosotros mismos, un espejo dinámico y versátil que nos lleva a la reflexión hiperbólica de una realidad donde nos hemos cosificado, donde nos hemos despersonalizado y donde es preciso metaposicionarnos para codificar nuestra identidad más allá de las máscaras del consumismo y la cibernética milenial, más allá de la frívola publicidad que se convierte en la piel sobre la cual transpiramos, para poder vernos a los ojos del espíritu. A través del espejo de Anomalisa nos reencontramos: humanos demasiado humanos, fuera de las redes (anti)sociales, que no son otra cosa que un engaño holográfico: el espejo en el espejo.

 

Charlie Kaufman, una anomalía en Hollywood

 

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Hollywood es el gran ilusionista de nuestros tiempos y cobra caro ese espectáculo que es el arte comercial de entretener. El costo de las entradas –que cada vez resulta más alto– está fuertemente determinado por el despilfarro casi billonario que hoy en día implica hacer una película taquillera y efectista. El autor muchas veces se ve orillado adejar un poco de lado su auténtica voz creativa en pos de una garantía económica. Una pérdida absoluta de la inversión para la realización de un filme implica un fracaso siempre, tratándose ya sea de cine dominguero o del llamado cine “de arte” o “de autor”.

Algunos grandes guionistas y directores han optado por supeditar su producción creativa a la realización de un cine taquillero que les permita sostener esa otra veta puramente propositiva. Kaufman, sin embargo, ha sido, en ese sentido, un outsider congruente y consistente.
Junto con los hermanos Cohen, Jim Jarmusch, David Lynch, Wes Anderson, Terry Gillian, o incluso el mismo Tim Burton –cada uno en menor o mayor medida–, entre otros, Kaufman ha logrado permanecer con un pie dentro y otro fuera de la gran industria del cine estadounidense, todos ellos construyendo sus propias propuestas estéticas con sello de autor, más que un cine “a granel”, como es más común dentro de la Industria. Kaufman ha logrado permanecer en el imaginario colectivo de los cinéfilos jóvenes –sobre todo– como un autor de culto, siempre a la sombra de los grandes reflectores.

El multipremiado director y guionista de cine trabajó en dos ocasiones con el director Spike Jonez: primero en el guión de la neosurrealista ‘¿Quieres ser John Malkovich?’ (1999), película de culto, estrenada en los albores del nuevo milenio, una obra de arte llena de intersticios existencialistas y complejas referencias culturales; y volvió a escribir un guión para Jonez en la laberíntica ‘Adaptation’ (‘Ladrón de Orquídeas”, 2002), donde la meta e hipertextualidad, junto con una explícita autorreferencia cuasi borderline, nos deja con esa zozobra visceral que sólo la vida misma puede producirnos en sus más terribles y sublimemente fallidos momentos, siendo también un fiel autoretrato confesional de ambos sobre las dificultades que para sostenerse dentro de la industria encuentran los cineastas en ese contexto. Esta mancuerna, pues, resultó más que virtuosa.

Por ejemplo, en ‘¿Quieres ser John Malkovich?’, durante una secuencia memorable lograda al alimón por estos dos genios, un par de marionetas escenifican la tragiquísima y explícita leyenda medieval de amor pasional entre Abelardo (Pedro Abelardo “Golia” –célebre filósofo y sacerdote herético, cuya escuela está directamente relacionada a la tradición anticlerical de los goliardos, trovadores religiosos detractores no de la fe sino de las instituciones oficiales, conocidos actualmente sobre todo por la colección de sus Carmina Burana–) y Eloísa, misma que concluye con el nacimiento de Astrolabio, el bastardo hijo del pecado, y con la cruenta castración de Abelardo, hecho que además separaría para siempre a los amantes. Esta referencia es única, pues existen pocas dentro del contexto anglosajón y con ella Kaufman y Jonez logran uno de tantos lúgubres y crípticos momentos memorables de la cinta. Al final de tal secuencia el titiritero es golpeado en los testículos por un padre de familia indignado por las obscenidades que en plena calle se estaban mostrando.

Autores hispanófonos tan disímiles –estética, geográfica y temporalmente–, como Octavio Paz, en su magnánimo y celebérrimo poema ‘Piedra de Sol’ (1960) o el cantautor andaluz Joaquín Sabina en su canción ‘Pájaros de Portugal’ (2005), entre otros, abordaron también esta tremenda leyenda, pero el tratamiento que le dio esta pareja de cineastas resulta simplemente única.

En 2004 Kaufman escribió ‘El Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos’ (que a la postre le granjearía el Óscar al mejor guión), trabajando, así, por segunda ocasión con el también extravagante, versátil y genial director Michel Gondry. La película es ya un hito para la generación pre-milenial (y que personalmente gusto en llamar “generación telúrica”). Se trata de una cinta profundamente emocional y única en su especie: osada, onírica y hasta tenebrosa por momentos; osada entre otras cosas por la bien ejecutada apuesta de optar por Jim Carrey y Kate Winslet como pareja protagónica, actores por un lado versátiles y tremendamente virtuosos, pero por el otro, encasillados en géneros muy específicos gracias a películas altamente comerciales –ya cómicas ya melodramáticas. El intrincado guión de Kaufman dio para que Gondry consiguiera explotar esa otra cara multifacética y brillante de los ya citados icónicos actores, que redondean una película memorable y generacionalmente trascendental, con un estilo de hacer cine que hasta entonces no se conocía, una mezcla entre drama y ciencia ficción, con un trasfondo tremendamente emocional, pero delineada a través de complejos esquemas retóricos no lineales.

 

ANOMALISA: Un delicado alarido de belleza en medio de la Industria del mal gusto

 

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Cada película donde Kaufman ha metido la mano tiene un sabor peculiar y en este filme sin parangón, experimenta, juega, se atreve y, una vez más, se arriesga hasta el borde del precipicio. Desde su manufactura, hasta la obtención de recursos para su realización; el doblaje de las voces, las referencias científicas crípticas, la exploración narrativa y dramática de la vida misma y, sobre todo, el planteamiento del conflicto moderno de la identidad por antonomasia, del “yo” y la (des)ilusión casi obsesiva por ser especial en medio del montón.
En su segundo largometraje como director, Kaufman se lanza al abismo sin miedo, sin escatimar recursos y, sobre todo, proponiendo, acaso más que nunca, otra manera de hacer cine y otra manera de ver, de entender al otro, de vernos desnudos, retratados frente a nuestros ojos, como los seres imperfectos, mortales, histriónico-neuróticos que somos y que de otra manera –a consecuencia de la (no) ideología actual– seríamos incapaces de ver.

El director, en este peculiar caso, se ve obligado a apelar a un fantástico recurso poético-plástico de vanguardia para poder mostrarnos tales como somos, con esa crudeza que desde hace mucho tiempo, como sociedad, no estamos dispuestos a mirar.

La metáfora es simple, pero delicada en la filigrana de su manufactura: muñecos paridos por una impresora 3D, que observamos moverse gracias a la técnica de stop motion, perfeccionada con rostros intercambiables que tienen diferentes expresiones. Ahora, lo interesante aquí es que todo esto contrasta con un especial –y también críptico– recurso de emplear únicamente tres voces de doblaje para una gran cantidad de personajes, tanto principales como secundarios. Esto se debe a que la película esta basada en una obra de teatro experimental que Kaufman escribió (2005, bajo el seudónimo de Francis Fregoli). Dicha obra tuvo una temporada en un foro de Nueva York, donde la idea original de Anomalisa se escenificaba con tres actores dispersos a lo largo del foro y un artista de sonido (foley) con musicalización en vivo: teatro sonoro-espacializado en su más pura expresión. La idea original de ese primer proyecto toma su inspiración de un raro padecimiento siquiátrico, el cual es sugerido, por cierto, en el nombre de un hotel donde se desarrolla casi toda la historia (otra vez, un característico guiño del críptico Kaufman).

La adaptación de Anomalisa para la gran pantalla originalmente sería un cortometraje. El propio Kaufman se mostró inicialmente escéptico sobre esta transposición del foro teatral acusmático al código cinematográfico. Se convocó a una recaudación de fondos vía crowdfunding, y la positiva respuesta de la gente motivó a ciertos productores a expandir la idea del corto hacia un largometraje. Una vez más Kaufman dudó, pero al final supo, como los grandes artistas de su época, resolver la transcripción audiovisual –por decirlo de alguna manera– del teatro sonoro al cine de animación. La producción del filme se realizó en un total de más de dos años y únicamente para los dos personajes principales se emplearon veinticuatro marionetas distintas elaboradas en impresoras 3D.

 

El diablo y Dios están en LOS DETALLES

 

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Nombres de algunos destinos particulares, canciones casi imperceptibles en otro idioma ininteligible para la mayoría de los espectadores, juguetes sexuales que más bien podrían estar expuestos en la colección de arte objeto de algún prestigioso museo, etc.; todo esto siempre contrastado con una fuerte crítica al concepto de “autoayuda” y una que otra referencia burlona a la cultura pop, hacen que en Anomalisa los detalles honren el equilibrio áureo del resultado final, donde las partes guardan una muy relevante proporción sobre el todo.

El filme se lanzó el 1 de enero del presente año en los Estados Unidos. Hasta hace unos días su tasa de recaudación en taquillas era de 5.5 millones de dólares, sobre una inversión total de ocho millones de dólares, lo cual no la coloca precisamente como lo que sería una película exitosa, en términos comerciales. En México, por lo menos, pasó virtualmente desapercibida, incluso aunque en la Cineteca Nacional permaneció exhibiéndose varias semanas. Sin embargo, la recepción del público a nivel mundial, en términos generales, ha sido bastante positiva, quizá por el prestigio antes cosechado por Kaufman dentro de las élites que consumen el cine internacional de autor.

El conocido sitio IMDB, por ejemplo, la califica con 7.4 de 10 puntos posibles; Rotten Tomatoes, particularmente caracterizada por la exigencia casi extrema de quienes alimentan sus puntajes, la califica con 92%.

Independientemente de la numeralia Anomalisa es un filme que sin duda hay que ver. No es fortuito que hoy en día un “garbanzo de a libra” así pase desapercibido. Ya no nos importa tanto el contenido sino la fachada y el talón de Aquiles de Anomalisa fue la falta de publicidad, consecuencia, por su puesto, del limitado presupuesto con el que se realizó y en el que, como era de esperarse, se priorizó en la realización de una auténtica obra de arte, sin escatimar en detalles. Synechdoque (2008), su ópera prima como director, pasó también desapercibida. Quizás desde ‘Her’ (Spike Jonze, 2013) no se hacía un retrato tan crudo del profundo vacío existente en nuestra sociedad, que trata compulsivamente de llenarlo con aparadores virtuales y demás recursos frívolos y gélidos. No sé si al final la producción recuperará siquiera la inversión con la que se realizó la ahora laureada y multinominada Anomalisa, pero sí intuyo que dentro de poco será una película de culto y una obra maestra más que se anota el gran, y excéntrico Charlie Kaufman.

 

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