Verónica Ortíz Lawrenz
[Texto leído en la presentación del No. 133 dedicado al tema de los desaparecidos, el día jueves 2 de junio de 2016, en el Centro Cultural Elena Garro]
Uno, dos , tres, 18, 23, 39, 43, 187, mil doscientos, 4521, 7642, 10,633, 17,591, 20, 843 y no acaba la cuenta, sigue, ayer, hoy, mañana. Las cifras se acumulan sin explicarnos quiénes pudieron ser los que nos faltan. Una madre le dice a otra que llora en silencio, “yo voy a hacer lo que ya no pudieron mis hijos, voy a estudiar, trabajar, a cambiar este pinche mundo que nos maldice todos los días. Voy a vivir su futuro como si mis dos muchachos estuvieran aquí”.
Verónica Ortíz Lawrenz
[Texto leído en la presentación del No. 133 dedicado al tema de los desaparecidos, el día jueves 2 de junio de 2016, en el Centro Cultural Elena Garro]
Uno, dos , tres, 18, 23, 39, 43, 187, mil doscientos, 4521, 7642, 10,633, 17,591, 20, 843 y no acaba la cuenta, sigue, ayer, hoy, mañana. Las cifras se acumulan sin explicarnos quiénes pudieron ser los que nos faltan. Una madre le dice a otra que llora en silencio, “yo voy a hacer lo que ya no pudieron mis hijos, voy a estudiar, trabajar, a cambiar este pinche mundo que nos maldice todos los días. Voy a vivir su futuro como si mis dos muchachos estuvieran aquí”.
El escritor sueco Henning Mankell en su libro de relatos Arenas Movedizas nos dice:
“El olvido no es muy digno de nuestra confianza. El olvido y la mentira van siempre de la mano”.
Pensemos en las frases de quienes quieren borrar de su memoria la violencia extrema que se vive en nuestro país diariamente, lo justifican mintiendo, juzgando: se lo merecían, eran unos revoltosos; para qué andan solas, con esa ropa cómo no las van a violar; que bueno que tiraron ese edificio, ya no servía para nada, nos quedará cerca la nueva Plaza, esos pobres, son incultos y sucios, repiten para lavar sus conciencias denostando y borrando de una frase lo que no ocupara su razón ni su memoria.
El BlancoMóvil 133 que nos concita, ajusta su lente, QUÉ VE, si acaso la tierra suelta que deja una nube irrespirable y densa junto a las miles de fosas abiertas donde no hay semillas, sólo cuerpos sin identidad porque nadie los nombra, los reconoce.
Blancomóvil 133 Desaparecidos nos obliga a trabajar la memoria, el recuerdo. Pide pide historias, poemas, cuentos, pedazos de novelas, dibujos para acercarnos a los que no sabemos dónde están, si vivos o muertos.
Margarita Drago, en su poema “Y el cadáver, ay, siguió viviendo…”
«Y el cadáver, ay, siguió» viviendo…
I
A Laura Gladys Romero (20 años, embarazada de 4 meses,
desaparecida el 9/4/76, víctima de los vuelos de la muerte)
Cansado el mar
de la complicidad
con la infamia,
cansado de ocultar
tanta muerte,
recogió en su vientre
el cuerpo yerto,
limpió sus carnes
todavía frescas,
desbrozó ramas,
quitó las piedras atadas
a sus huesos,
lo acunó entre olas
y clamó la furia de los vientos.
Cansado de ocultar
tanta muerte
el mar pujó con fuerza
hasta el último aliento
y manso
lo depositó en la orilla
y lento
regresó al lecho.
II
En caravana llegaron
las Madres, las hijas
y las Abuelas,
arroparon el cadáver
y lo entregaron
al corazón de la tierra.
Pasaron días
como siglos
hurgando en el fondo
de las sombras,
tres décadas pasaron
desempolvando archivos
hasta dar con las primeras
páginas de la historia.
En el prólogo, “Los primeros pasos”, Eduardo Mosches NOMBRA el vacío, la amnesia ¿para qué nos sirve?, nos pregunta, para darle paso a sociedades y gobiernos que sin nuestra protesta y organización, sin contrapesos, se DEFORMAN en autoritarios y violentos. Eduardo sabe de esto, lo vivió en su país madre, Argentina, ahora lo ve y lo siente repetirse en ésta su casa adoptiva. Es cuando “Redescubre el horror”.
Cynthia Pech, en su colaboración “Los desaparecidos y la memoria”, añade que: “El poder de la memoria como recuerdo se apuntala en la capacidad de traer al presente lo que ya ha pasado. La memoria forma parte de nuestra conciencia y es, a la vez, fundamento de toda identidad.”
¿Cuál es la identidad de los que se fueron, la identidad del miedo, de las puertas cerradas, de las noches tan negras, de los días tan largos como su ausencia?
Los poetas reunidos EN ESTE NÚMERO 133 buscan en las letras de sus palabras los nombres perdidos.
En Antes II (Segundo) Adolfo Castañón confiesa lo que todos pensamos: y el calcinado sol/ entre la basura y la desesperación…/ me hace falta el antes.
Hay tiempo de tragedia en el aire, dibuja el Poema A Balam de Francesca Gargallo.
¿Desaparecemos y alguien nos cuenta, nos identifica, escriben de nosotros, de nuestro dolor y muerte?
Estudiantes de Ayotzinapa de Coral Bracho apunta: “Lo de siempre y,/ como siempre,/todo,/ y nada,/ se sabe.
Ethel Krauze, en su excepcional novela recién publicada, El País de las mandrágoras, cuenta de los hijos muertos que le hablan a una mujer sin hijos, una profesora de español, “¡Cómo habría de saber, en ese momento, que el muchacho que todos buscan en Xiutlaltepec, hablaba en mi cabeza por el pico de un pájaro amarillo?
Desaparece el juego de los niños en las calles, su risa no asienta el aire polvoso de las tardes. Nos asomamos temerosos al fragor de las máquinas que asolan cines, mercados, edificios donde guardábamos celosos los amores, deseos, los sabores del pasado.
Fragua Gavilanes de Ernesto Lumbreras recuerda, el cine Lux, “En sus permanencias voluntarias permanecí, contra mi voluntad, célibe del beso y del cigarro…
Migrantes, de José Ángel Leyva,
“No estuvieron aquí camino al otro lado
Pasaron por encima para no despertar
a los durmientes ferroviarios
que van contando los metros del infierno
El paraíso distante se hele en el hogar
Cuando no hay nada qué perder acaso el hambre.
Floriano Martins en Los desaparecidos escribe: Por eso la voz del testigo es la voz de la diferencia. Nosotros somos los resucitados cada día. Los desaparecidos de la libertad…
Aline Pettersson, en Desapariciones reflexiona sobre el lenguaje. “Si el medio es el lenguaje, pulgar e índice se fortalecen en detrimento de lengua y labios. Hace no tantos años, los médicos sabían de los poderes curativos de la palabra.
Blanca Luz en su poema Los ausentes, inicia:
Aunque no los veamos regresan cada noche…
Termina con:
Perdimos
su rastro
que es el nuestro.
Silvia Zambrano en El corazón de Helios propone: Y si vivieran sobre las hojas de un libro/ un pequeño pliegue/ haría posible el tránsito/ de un universo a otro…
Vamos a nombrarlos, a encontrar sus raíces, a contar de sus ansias y deseos, a recordar que ellos son una parte de nosotros, la parte más viva, la que habla mientras callamos.
Nos queda como individuos, nos invita Eduardo Mosches, en Blancomovil 133, empuñar social y literariamente el acto de fomentar la memoria.
Juan Domingo Argüelles en Tres poemas civiles, ¿En qué país vivimos? dedicado a Javier Sicilia abre nuestra caja de pandora:
¿En qué país vivimos,
en qué trozo del mundo
habitamos los mudos, los sin lengua,
oyendo todo el día los cínicos discursos,
de quienes usurparon la ficción
y hoy nos reglan cálidas mentiras
a cambio de no ver las pesadillas?