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Blanco Móvil. Treinta años y seguir contando

Ana García Bergua

 

Hace apenas cinco años estábamos celebrando los 25 años de Blanco Móvil y ya se nos han pasado cinco más, cinco más de preocupaciones y acontecimientos tremendos, pero también cinco más de seguir haciendo lo que hacemos. Mientras pienso en tantos poetas, narradores, ensayistas, pintores e ilustradores que hemos llenado estos treinta años de Blanco Móvil con letras e imágenes, pienso en lo sorprendente que es seguir aquí, colaborando con un proyecto que se ha sostenido gracias a múltiples apoyos y a la solidaridad, la amistad de muchos y de muchas, y a la imbatible tenacidad del poeta Eduardo Mosches. En nuestros tiempos tan empresariales e individualistas, es una gran cosa poder decir que una revista es obra de la amistad y del interés de los creadores por que el proyecto de Eduardo pueda continuar, quizá porque ese tipo de continuidad es similar a la que hace que sigamos escribiendo, pintando, haciendo nuestras cosas muchas veces sin saber hacia dónde o por qué, como las hormigas que avanzan paso a paso en su labor, recorriendo un territorio que de repente, al verse desde afuera, luce enorme.

 

Ana García Bergua

 

Hace apenas cinco años estábamos celebrando los 25 años de Blanco Móvil y ya se nos han pasado cinco más, cinco más de preocupaciones y acontecimientos tremendos, pero también cinco más de seguir haciendo lo que hacemos. Mientras pienso en tantos poetas, narradores, ensayistas, pintores e ilustradores que hemos llenado estos treinta años de Blanco Móvil con letras e imágenes, pienso en lo sorprendente que es seguir aquí, colaborando con un proyecto que se ha sostenido gracias a múltiples apoyos y a la solidaridad, la amistad de muchos y de muchas, y a la imbatible tenacidad del poeta Eduardo Mosches. En nuestros tiempos tan empresariales e individualistas, es una gran cosa poder decir que una revista es obra de la amistad y del interés de los creadores por que el proyecto de Eduardo pueda continuar, quizá porque ese tipo de continuidad es similar a la que hace que sigamos escribiendo, pintando, haciendo nuestras cosas muchas veces sin saber hacia dónde o por qué, como las hormigas que avanzan paso a paso en su labor, recorriendo un territorio que de repente, al verse desde afuera, luce enorme.

Nunca le he preguntado a Eduardo Mosches por qué le puso el nombre de Blanco Móvil a esta revista que lleva publicando desde hace treinta años con esa terquedad ejemplar. Quizá desde que emprendió este proyecto el propio Eduardo pensaría que no podría durar mucho, como tantas revistas literarias que apenas han alcanzado unos pocos números y se agotan por falta de recursos, ganas, energía o concordia entre sus hacedores? Las revistas literarias suelen ser blanco, por decirlo así, de la extinción. Sin embargo, un blanco que se mueve constantemente no es un blanco fácil y esta revista ha mantenido su movilidad de muchas maneras, tanto en la diversidad de temas, escritores, países y regiones que cada número aborda, como en los recursos que de fuentes diversas va consiguiendo para su impresión. Por eso mismo quizá, no es fácil situar a Blanco Móvil dentro de nuestro cada vez más escaso panorama de revistas literarias y suplementos culturales. Los narradores que, por ejemplo, aparecen publicados en este número que presentamos no son los de una frágil revista propiamente independiente, y sin embargo, Blanco Móvil no es tampoco una revista de grupo, ni institucional, ni académica. Debo decir que me parece muy impresionante ver en un solo número de Blanco Móvil cuántos y cuán diversos narradores han desfilado por sus páginas. Desde Margo Glantz, Elena Poniatowska, Augusto Monterroso, Carlos Monsiváis, Barbara Jacobs, Antonio Lobo Antúnes, Roberto Echavarren, Luis Zapata, Juan Villoro, hasta Alberto Chimal o Antonio Ortuño, entre los jóvenes, pasando por muchos colegas muy admirados, hay un extenso mapa que queda trazado en este número. Un mapa de la narrativa de muchos países, pero especialmente de la narrativa mexicana de ciertas generaciones que, se podría decir, está bastante completo o es muy representativo. En este número, además, me gustó mucho la elección y la manera en que han sido ordenados los cuentos o fragmentos de novela, formando una especie de flujo de tiempo, de preocupaciones de cada época que van de lo amoroso a lo político, a lo cotidiano, a lo erótico, a lo urbano, una especie de guión de película, la película de la narrativa de los últimos treinta años, que se dice fácil pero es algo muy notable.

En realidad, hace treinta años yo era una joven de veinticinco con un falso copete de inspiración punk que ni siquiera sabía que se iba a dedicar a escribir. De tanto en tanto me encontraba a Eduardo Mosches en la librería Gandhi donde él trabajaba, después los viernes en la cantina de la Guadalupana en Coyoacán, y me da vértigo de pensar que ya desde entonces Eduardo hacía este blanco que se mueve contra viento y marea, un blanco al que ni las crisis ni las dificultades han podido vencer. Un blanco móvil que navega o vuela, no sabemos decir, impulsado por corrientes de líneas y palabras, por los misteriosos vasos comunicantes que la literatura establece entre lectores, escritores y artistas de diferentes generaciones. Esperamos que este fluir le dé vuelo a Blanco Móvil por muchos años más. Felicidades a Eduardo Mosches y a todos los que lo han, lo hemos, acompañado en estos treinta años.

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