Eso no es lo difícil, amor/ lo verdaderamente difícil/ es que tu rostro otro/ con tus pestañas otras/ se me difuminen/ en un pozo de aguas blanquísimas.
Ivana Melgoza estudia Historia del arte en la Universidad del Claustro. Ha publicado en La Rabia del Axolotl, Digo.Palabra.TXT, el Artistario de Morelos, entre otros. Publicó el poemario Gestos (Fondo Editorial de Morelos, 2017). Recientemente, fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el curso de creación literaria Xalapa 2017.
Apariciones
De qué puedo hablar
cuando la soledad no me tiene la mínima compasión
y me lleva de la mano
como un niño sorprendido a media travesura,
cabizbajo y con la ropa enlodada,
por estar jugando toda la tarde
con no se qué lluvia.
Mayo va recogiendo las colillas de cigarro
y arruga sus gotas para que quepan en nuestra sed.
Cubro mi rostro con tus apariciones
ahora que exceden estos días,
quebrados en sus horas,
como papalotes a los que los árboles no piensan soltar.
Otro
Lo difícil no es pensar que eres otro.
Que tomas una carta
y te levantas con tus piernas ajenas a todas las piernas.
Que ves algún paseante
o caminas,
muy lejos o muy cerca,
o no caminas.
Eso no es lo difícil,
no es pensar que puedas perderte de camino al metro con tu horas otras
que voltees al cruzar la calle
o la avenida
o la noche,
que veas las hojas con tu mirada otra
o sin mirarlas.
Eso no es lo difícil, amor,
lo verdaderamente difícil
es que tu rostro otro
con tus pestañas otras
se me difuminen
en un pozo de aguas blanquísimas.
Y más que saber que pierdo tu imagen
con un implacable desalojo lácteo
lo más hondo,
lo más difícil,
es que aún el olvido
sea otro.
Que sobre del eco suspendido de nuestros cuerpos,
por encima de las diez de la mañana y las gardenias,
que aún después del lenguaje,
de someternos al tiempo y a la dependencia forzada que obliga el recuerdo,
aún más allá de tu rostro,
Último resto de turbulencia anclada,
después y a pesar de la fatal suspensión del aliento,
de caer fríos y púrpuras bajo la tierra,
de que me mires.
Que después aún
tus manos,
que eres tú todo,
me opriman el pecho
como en nuestros primeros,
fatales y perdidos, días.