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Rubor del agua (breve selección de poesía erótica)

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Antonia Robles Aragón

 

Y hubo Luz

 

Frutos de cuarzo rosa

rompieron como el trigo.

Y hubo luz

               en el oscuro jade

del monte venus

que te esperaba ya.

Se estremeció mi templo

con tu cirio-di amante

                               de amante

orquídea en plenitud.

Antonia Robles Aragón

 

AntoniaRoblesLibros

El equipo de Blanco Móvil Digital ha preparado la siguiente selección de poemas eróticos de la poeta Antonia Robles Aragón, el cual hemos recopilado de dos de sus libros: Al Rubor de la flama (Ediciones Coyoacán, 2004) y Húmeda luz (Fontamara, 2015).

Antonia Robles Aragón nació el 13 de junio de 1958, en Nachihuí,Sola de Vega, Oaxaca. Es egresada de la Escuela de Escritores de México (SOGEM). Otros títulos que ha publicado son: Luces en la penumbra (Época, 1992); Lapizlázuli-lejanías (Praxis, 1995); Al filo del Azul (Praxis, 1996); Tiempo arriba (Praxis, 1997); Puente de Agua (UAEM, 2001); El clamor del olvido (Praxis 2011) y Minas que minan (Praxis, 2014).

En palabras de Oscar Wong «Sonoridad y armonía buscan glorificar el ardor de los sentidos a través del desbordamiento de la pasión, tal como establecen los cánones amorosos. Por ende, la Poesía exterioriza aquello que la experiencia vital señala como oscuro y misterioso y además enseña a los humanos que la misma realidad, muchas veces caótica y devastadora, ‘puede ser transformada en pensamiento y fantasía’, como precisa Cesare Pavese, o en un vasto ceremonial donde la voz cobra inusitada coloratura y expresión placentera…»

 

De  AL RUBOR DE LA FLAMA :

 

Y hubo Luz

 

Frutos de cuarzo rosa

rompieron como el trigo.

Y hubo luz

               en el oscuro jade

del monte venus

que te esperaba ya.

Se estremeció mi templo

con tu cirio-di amante

                               de amante

orquídea en plenitud.

 

 

Silencio en el balcón

 

No pediré a los pájaros

                                posar para mis versos,

no les diré que enciendan

su mejor resplandor,

no quiero que calienten

sus plumas estos dedos,

fuera de mí los pájaros

silencio en el balcón

                            aunque sé que tan pronto

termine de ahuyentarlos

voy a querer llamarlos nuevamente Señor

cuando muera por verlos

y su lumbrera clame

arrepentidamente les pediré perdón,

porque en verdad cercena el ánimo una celda

agredo a quién bien goza de libertad

                                                          y son

los pájaros cantores heridos por mi lengua,

heridos por el viento letal de este dolor.

 

 

Cuando nada hace ruido

 

Hablo de yedra y de concreto,

de pisadas a oscuras.

Hablo de redimirse cuando llueve

y de cerrar los ojos para no descubrir

a la luz del relámpago

la cópula del gato.

Hablo a esta hora

en que sólo hace alarde

el estertor de la madre Rosario

que muerde sus pulmones

y sus bronquios,

su adormilada hierba estéril.

Hablo de estar despierta

a las tres de la mañana

cuando nada hace ruido,

cuando callo para hablar de mí misma.

Amo la incandescencia del aluvión de brasas

que al cirio alumbra como clítoris de embravecida daga.

Hablo de yedra y de concreto, de pisadas a oscuras,

cosas que no debo decir,

pero me acuso padre.

 

Y qué hago yo

 

¿Qué hago aquí

                      donde comulgan

estas señoras ebrias?,

y qué hago detrás

de esta parda mujer,

la más obscena

que con la lengua busca al sacerdote,

que muerde la hostia

como si fuera su dedo anular,

muda hache

que guarda entre sus ropas,

y qué hago yo

asustándome

porque la castidad de las borrachas

las conduce sin tregua

al pecado que aguarda

como himen de cielo desgarrándose.

 

Mirar a aquellos otros

 

Prefiero ver el mundo

a través de esta ventana pequeñísima,

mirar al hombre que afila los cuchillos,

al hombre de las jaulas pajareras,

mirar a aquellos otros.

Sacar apenas las pestañas para sentir la lluvia

y el relámpago,

y respirar los olmos

de ramas azotadas.

Entrar al mundo

por esta ventana pequeñísima, 

retornar de los antros

con la cara lavada,

fortificar la letanía

cuando mis ruegos sean por ellos.

Por esta pequeñísima ventana

traer el mundo a mí

para quemarlo.

 

Oscuro como un monje

 

Mis horas taciturnas

y los pájaros cantan sin dar plumas

a estos los mis ojos

                           ávidos de azules.

Tú dirás que es azul

el ave que se oculta

madura de nostalgia

                           en ese árbol

oscuro como un monje.

Yo te digo que es negro

pues es rojo su canto

                                como el amor de aquellos

que han de beberse ahora

                                    copados

de café con canela.

                             Y converso

conmigo

                 hasta las siete

hasta mirar la luna

llorar

         por ser

                    hermosa.

Dejaré que los fresnos

engarcen suculentas

                            perlas

mientras llueven.

 

De HÚMEDA LUZ :

 

De leña renovada

 

Que soy la yesca

que incansable canta

cuando es por tu chispón prendida. 

 

Cierto, el fuego

                       señor

                                 me magnifica

en tan sublime vocación.

 

Ahora mismo me recubro de leña renovada

para que estalle en la punta certera de tu lanza.

 

Como un mineral

 

«Mi sulamita solidaria»,

me nombras en la arena del tálamo.

 

Despiertan tumultuosos

del gran volcán que soy

mis manantiales,

pues la avidez de fuego que posees

se proyecta

                 como un mineral

                                        que al rojo tiembla.

 

Vibra Radiante

 

Desplegué la cortina

la frágil red de alambre

                                encumbró

la frágil red de luz hacia mi alcoba.

 

Hermética oscuridad se abrió de pronto

y se ensanchó de lumbre.

 

Encendí los contornos de la lámpara

ay, tu imagen en la lámpara

me descubrió de luz desorbitada.

 

Si estuvieras aquí

                        viéndome

cómo me crucifican tus clavos invisibles,

cómo me postran abierta

                                 ante mí misma,

cómo las comisuras de la organza

gimen sus hilos de oro

cuando se van de pronto transformando

en un grito infinito

                         más veloz que el relámpago.

Todo vibra radiante, hasta el armario vibra,

allí

el reloj de arena se precipita

y vibra el obelisco que forman sus avernos

y se derrumba y vibra

al ritmo pendular de goces   e s p a s m ó d i c o s.

 

       

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