Alfredo Fressia
POETA EN EL EDÉN
No, Señor,
nunca huiré del Paraíso, tengo en mí
la leche eterna de los padres y los hijos,
y escribo poemas para la nostalgia.
No, Señor,
nunca seguiré el rumbo imprudente
de los cuatro ríos, el que impele a los nautas
Alfredo Fressia
Blanco Móvil le comparte a sus lectores la siguiente selección de poemas del escritor uruguayo Alfredo Fressia, nacido en Montevideo el 2 de agosto de 1948, autor de Un esqueleto azul y otra agonía (Ediciones de la Banda Oriental. Montevideo. 1973. Primer Premio Nacional del Ministerio de Educación y Cultura), Clave final (Ediciones del Mirador. Montevideo. 1982), Cuarenta poemas (Ediciones de UNO. Montevideo. 1989), Amores impares (Collage de poesía creado sobre textos de nueve poetas uruguayos. Aymara. Colección Cuestiones. Montevideo. 1998), Ciudad de papel (Crónicas en movimiento. Trilce. Montevideo. 2009), Senryu o El árbol de las sílabas (Montevideo, 2008. Premio Bartolomé Hidalgo 2008), El memorial de hombres que me amaron (Mafia Rosa. Ciudad de México. 2012), Poeta en el Edén (Prefacio de Hernán Bravo Varela. La Cabra Ediciones), Homo Poemas. (Trópico Sur. Punta del Este. 2012), Cuarenta años de Poesía (Ediciones Lo Que Vendrá. Montevideo. 2013), Clandestin (L’Harmattan. París. 2013), Susurro Sur (Valparaíso México. Ciudad de México. 2016), entre otros.
POETA EN EL EDÉN
No, Señor,
nunca huiré del Paraíso, tengo en mí
la leche eterna de los padres y los hijos,
y escribo poemas para la nostalgia.
No, Señor,
nunca seguiré el rumbo imprudente
de los cuatro ríos, el que impele a los nautas
hacia el mar de monstruosas criaturas.
Habían podado las ramas de oro
que brillaban en el árbol de la vida.
Y ahora me llaman como almas.
No, Señor,
nunca comeré del árbol prohibido.
Apreté tantas veces en mi mano
las frutas suculentas. Aspiro
los perfumes seductores,
—Et d´autres, corrompus, riches et triomphants—
Nada sabes de mis íntimos
paraísos artificiales, y te ofrezco las costillas
húmedas y turgentes
para que sigas modelando al mundo
mientras duermo.
Soy un niño inmenso
escribiendo dócilmente en el barro del Edén.
Tengo un muñeco de porcelana blanca.
Balbucea.
NUGATORIA
Te desafió la nuez, latía
tras la cáscara guerrera, un yelmo inmemorial
deslizando sobre el hule de la mesa.
La despensa huele a paraíso y apenas había yuyos
secos de la infancia, dientes de leche
en el estuche repujado con la piel de una serpiente
como recuerdo de batallas engañosas.
Te tientan las manos expertas en degüellos,
viejas guerras de amor, el ávido vaivén
en las nueces frágiles de Adán.
Será certero el golpe, sólo añicos belicosos,
cabeza rota de la nuez o la inocencia.
Y es pulpa amarga el corazón del fruto,
el que llegó con moho en las arrugas, tarde
a la cosecha de los hijos de Eva, los del polvo
que acecha en el regusto de una nuez.
ABEL
Juegan los dos niños. Hermano mío
tan exacto será el crimen, a ti
cabrán estas ciudades y los hijos,
y nos reiremos casi mareados
del carrousel. Dimos vuelta a los ríos
del Edén y vimos girar el globo
terrestre en el pupitre, un ecuador
obeso crujía sobre la esfera,
el calambre en la costilla de Adán.
Era como un vértigo, como un viaje
de regreso obediente rumbo al vientre.
Yo rumiaré con gratitud el pasto
de los nacidos para morir. Tú
trazarás con el compás ese círculo
donde otra vez me hundo. Hermano mío,
guardé el borrón de sangre prometida
en los lentos cuadernos de la infancia,
o eran pergaminos, piel mortal, versos.
Sólo quedó la bóveda del cráneo
y esa estrella solitaria. ¿Qué mira?
EL GATO DE PLATÓN
Un recuerdo para Hippolyte
Un gato contiene en sí
a todos los gatos
cuando salta hacia la gracia
secreta de un gato de Platón.
Entre el gato y su bigote
se engendró el acrobático
oráculo del brinco.
Y ahora danza colgado
del susto de ser todavía gato
y no la pura idea
que gira en la pirueta
de todos los gatos
que contiene
un gato.
ABURRIMIENTO
Una vez más el día
en este bajo mundo.
Me aburro en el jardín,
nadé en los cuatro ríos.
Me limo con esmero
las uñas de los pies.
Tengo mala salud
y he sido mal amante.
Soy muy mediano en versos:
nunca entré en el Edén
(ni en las antologías,
uruguayas al menos).
Para pasar el tiempo
puedo hablar de dolencias,
mi carné de salud
es de los veinte años.
“Altura: uno noventa,
Peso: setenta quilos”.
La foto en blanco y negro
es de un muchacho díscolo.
(Siempre me voy de tema
cuando hablo del amor)
Los hombres que me amaron,
con excepción de uno,
no tuvieron glamour
ni dejaron recuerdos
de mayor importancia.
Yo mismo -digo yo-,
de los muchos que fui
no quedará uno solo.
(Una vez más el día
en este bajo mundo.
Me aburro en el jardín,
nadé en los cuatro ríos)
Soy sólo pensamiento
perdido en un jardín
que sueña ser Edén.
Sé que un mono me observa,
está sobre una rama.
Es eterno, calculo.
Y mientras, yo me aburro.
GULA
Porque amo y porque admiro yo devoro.
¿Los otros no acumulan libros, mapas,
sellos, muñecos, fotos sin decoro,
amuletos, santos de porcelana?
No soy mero glotón que por su inri
consume en alimentos toneladas
ni soy el sibarita inverosímil
buscando una delicia innominada.
Mi deseo es el mundo en mis entrañas,
ostras vivas crispadas al limón,
el verde deslizarse de las plantas,
los peces venenosos del Japón.
Trago la selva en cada fina hierba
y se me entrega dócil un antílope:
de noche en el regusto de una cena
me apodero del sol en la planicie.
Quiero que el centro de mi cuerpo sea
túnel del mundo y fluya en él la vida.
La obra de Dios se expulsa en polvareda
pero antes la ensalivo y me acaricia.
Desamparado y vil, tan breve el cuerpo,
no busco el alimento, busco paz,
por dentro estoy vacío y es obeso
el pecador, el goce y el manjar.
SANTO DOMINGO MULATO
La Iglesia y la Cárcel Real bajo la luna,
souvenirs de la Conquista, espectros íntimos
del siglo XVI en la Hispaniola.
El me esperó tras el Alcázar de Colón
con el viejo walkman al oído
y una flor de caoba para la suerte.
Apresé su carne
y su alma
en mi boca,
mi hostia
sucia y sagrada.
Después me fui por la calle del Conde,
limpias las comisuras de los labios.
Un tambor escapaba del centro de la isla.
PARÉNTESIS
Cuando nací el sexo fue un destino. No se puede elegir ser poeta.
De las mujeres nunca amé a ninguna sin duda porque las amé en bloque. Fue un amor largo y sin alegría. Ellas también me amaron sin deseo y sin gozo.
Las miré con la nostalgia de una vida más bella. Cuando quise ser mejor quise ser mujer.
Después me olvidé. Devoré la costilla de Adán en la travesía del desierto. Fui hombre, poeta, amé a otros hombres. Tuve hambre.
Llegué a la playa de este mar eterno, al sur del Brasil. Mi olor es de sal virgen y de yodo azul. Sé que una mujer devolverá al mar el pez con una moneda en la boca.
Ella escribe mi poema. Yo aguardo.
IMPUDICITIA
En mi lecho no has sido
el mejor de los amantes, Fabio,
ni has brillado en la guerra
ni en las cacerías.
Pero en el claro de luna
yo lamo el semen de la noche
en tu cuerpo de hombre joven.
Tú te dices poeta
y, aunque no me lo perdones,
Fabio, el poeta soy yo.
VIENTO DEL MAR
Está bien, ganó el viento. Ahora digamos
que he caminado por Montevideo
y hoy llego en sueños a la calle Jackson
esquina Durazno, el portal es ciego.
Portal sin puerta para que entre Alfredo,
y a cielo abierto el corredor, me espera
la humedad de una pieza donde puedo
ver la muerte peinando sus muñecas.
Unos en otros se encajan mis huesos
como recuerdos quebradizos, nombres
para tantear, medir si son espectros
Roque y Esther, Graciela, Juan o Jorge.
Está bien, ganó el viento (siempre gana),
no habrá más preguntas al Ubi sunt.
Una gaviota grazna, está extraviada,
y no sé si soy sombra u hombre aún.
EN EL JARDÍN MODERNISTA
Cabe la fuente, decía
el poema de 1912
que leo un siglo después:
Cabe la fuente, y
entre la fuente escrita
y la que leo
yace inmenso y desnudo un dios de sueños.
Yo nadaba tras él como un delfín.
Sé que quedó cabe el dios
todo lo que tuve mientras navegué,
el manantial de lo que pensé tener y saber
de buena fuente,
y hoy me adormezco cabe la estatua
de los surtidores
implorando por un verso,
uno más para olvidarme,
cabe la fuente.
ALFREDO Y YO
Duerme bajo el firmamento
la paciente flora del invierno.
Yo también duermo en mi cuarto de pobre.
Del lado ciego de la almohada
otro Alfredo tirita, es un ala
o una sombra que prendí al alfiler
entre las hojas de herbario, un insomne
aprisionado en las nervaduras,
mi fantasma transparente.
¿Qué haré contigo, Alfredo?
Afuera pasará un dromedario
por el ojo de la aguja, un milagro,
la larga letanía de tus santos
para escapar del laberinto,
tocar el infinito herido por la flecha
en la constelación de Sagitario
y siempre la tortuga en tu poema
ganaba la carrera.
Sobrevivo a cada noche
como un potro celeste
nutrido con alfalfa y con estrellas
mientras tú, Alfredo, hueles a hierbas viejas
en el cajón atiborrado de secretos.
Yo te olvido al despertar, sigo mi busca
obstinada en el pajar del mundo
y te reencuentro en la almohada
pinchado al otro lado de mi sueño.
VEJEZ
Llegaste a un país congelado
y tiritas.
Nunca estuviste en el Edén, Alfredo,
lo del odio de Dios será mentira
y hay golpes en la vida.
Abandona entonces la poesía
y ahora cuídate de esa tos de perro,
de ti mismo
y de las cóleras en frío.
DESPUÉS
Ahora tras el canto, después de la sirena,
cuando vuelve el silencio a remediar el mundo,
cuando la mano acerca su flor hacia la tierra
y puntea un poema profundo porque es mudo.
Y después de los siete pecados capitales
y de tantas virtudes a las que renunciamos
y de tantos errores, de los imperdonables,
y tan pocos aciertos a los ojos humanos.
(A los ojos de un Dios hemos de ser muñecos
sin voluntad ni fuerza, de la nada a la nada
no viajamos, el viaje nos lleva a pesar nuestro
y somos del destino los caballos de carga).
Y los que cometieron el pecado mortal
de no haber cometido pecado alguno, o casi,
porque el solo estar vivo es condena fatal
de un pecado anterior que hizo esta vida frágil.
Justos o pecadores, que poco importa al polvo,
grabamos nuestra muerte, la historiamos de olvido
para hacer de los huesos brillo ardiente en el lodo
y morder en la noche raíz de paraíso.