CH’I
Desposeído. A sus años. Jamás pudo imaginar que.
Por pasos. Gradual. Y un
buen día, pero vamos por
pasos. Da sin duda vueltas
el mundo. Se aleja. Rumbo
a, adónde. Escalas. Peldaños.
Podría faltarle la respiración.
Y sin embargo el aliento
ch’i vital nutre intersticios,
grietas, uno a uno los
rincones del cuerpo, ni
el médico chino los salva,
el cuerpo social se restituye,
algo a veces mejora: ch’i
abarca diversos aspectos
del mundo natural, abarca
(penetra) el Universo,
bodegones, la mesa
puesta, se palpa el
Todo. Pertenece, hijo
cualquiera de vecino,
a esa legión de seres
momentáneos que nacen,
crecen, etc., se reproducen,
más etc., y etc., mueren:
desaparecen. Por ende
el aliento que todo lo
circunscribe le entra
de golpe por la nariz
(aletean las fosas
nasales) y en cuestión
de segundos, quince
por ejemplo, el cuerpo
de momento se restablece
ah ch’i: y en otros quince
segundos más, células,
vísceras y hasta el más
fino y último cabello de
la cabeza, expiración,
ch’i se disuelve. Sale,
hálito vivo a buscar su
propio oxígeno, o no
habría nada que entregar
a órganos de percepción,
sensaciones que surgen,
miso, sabor a guiso de
espárragos, zanahorias,
camarones. Satori. Se
va diluyendo la luz que
llegó. Llegó, se esfumó,
quince segundos, y volvió.
Círculo eterno. Vigilias a
ensueños a tinieblas, y
todo de nuevo volverse
a restablecer. ¿Qué, a
sus años, peldaños rotos,
escalones de piedra
agrietados, bordes
rajados por el paso
del tiempo, se entiende?
Se detiene. Es por un
instante. Respira. Aire.
Cercano aire, palpable
y comestible, ch’i
digerible y no aire
trascendental: eso
se entiende. La
hormiga se nutre de
piezas desprovistas
de totalidad, come
parcialidad, deshechas
porciones (desechos)
la mariposa vive de
gránulos imperceptibles
de polen (intenso sin
embargo su amarillo)
cómo no comprender
que él, a su edad, no
se tiene que poner a
contemplar espacios
inaccesibles cuando,
y es real (lo real) todo
lo tiene a la mano.
Nada. Perdió. Qué
podría perder. Hora
de dejarse de
malentendidos
simétricos bueno o
blanco por malo o
negro cuando en
realidad, en fin, a
qué hablar, estos
asuntos los conoce
hasta un necio
redomado, un niño
de pecho, una madre
abobalicada dando
de mamar. Corre calostro,
resurge el loto de lo
putrefacto, el guerrero
muerde el polvo y nutre
con sus guiñapos a los
cuervos: cuervo alimento
de gato montés, y él, a
qué quejarse cuando,
y es lo que comprende,
tiene suficiente: mesa
puesta, ni mantel ni
servilleta, con un
cuenco de arroz
(quínoa en su caso)
(arroz le produce
una atroz estitiquez)
calabacines rebanados
en diagonal, crudos
(gruesos) vaso corto
de vino de arroz y una
pera: fruta que en su
comarca abunda, se
consigue todo el año,
peldaños, escalones,
cesto de mimbre a
cada paso (ascenso)
y en el descenso,
donde fulge la fruta
que le corresponde,
se inclina, la muerde,
las esferas componen
músicas renovadas.
Digiere. Orden. Satori
(transitoriedad). La pera,
el vino, calabacines, arroz,
y su respiración regulada
por el sueño, ese sueño
del que a sus años se
despierta, cuerpo
presente, intacto en
apariencia, para
plantearse si ha
soñado su sustento o
soñara él ser sustento
(vino calabacín arroz
aire circundante a su
descalabro en ciernes)
apariencia que desaparece
para deshacerse en la
reaparición.
AUTORRETRATO (DÍA) SITUACIÓN
Ése que despierta y reza soy yo en ayunas leyendo
un poema de Garcilaso de
la Vega.
Y ése que anoche se iba abismando cofre (en cofre
de negrura) era yo escuchando
los últimos acordes de la Pasión
según San Mateo.
Setos, glorieta, barbacana, una puerta labrada de
bronce con el primer centinela
de mirada impertérrita a punto
de responderle a Kafka, entrar,
primeros biombos de metal,
contiguas moradas, la mano
en vilo tantear el pomo
inaccesible de una puerta
común y corriente, madera,
carcoma, el vano primero
idéntico a los vacíos de la
pupila, ruidoso orín las
bisagras: esas cuatro
paredes de alto y ancho
inalcanzables ya no me
abruman; fuerza mayor
de inexistencia la cal y
la carne, sustancia única
de la materia (contigua)
se reactiva y desmorona;
unísono del alma y de
la hormiga: despierto;
soy un poeta (medieval)
adscrito (esta mañana)
al torno clásico, moderno
por igual, me despeño;
ripio fallecer de la carne,
el cuerpo muere, la
métrica sobrevive.
De negrura, despertar: ¿quién ve esta brizna
zafada? Dios, desde el
mirador, insufla y duerme.
¿Descontento? No perdamos
el tiempo. Haya cláusulas,
reversos de inmortalidad.
A esa lápida me encaramo.
Y, visto bueno, pasar el día
de refrigerio en refrigerio,
Garcilaso, San Juan o San
Mateo, tampoco Brahms es
indigno de Bach, íngrimos
todos, materia y emoción
puro nitrógeno. Ein
deutsches Réquiem. Y
sentarme a calcar. Calcar.
Calcar. Y entre los trazos
(copia de sí) (fingida,
gusano) haga su entrada
la rediviva carcoma
disfrazada (terrón)
(ofidio) (manzana)
el rostro (quizás por
analogía de la Vía)
(Láctea) in fraganti
hollado.