Play with fire
Mónica Lavin*
Cuando una mujer se va, no hay que dejarla volver a casa. Pero como iba yo a ignorarla, si toda la noche se estuvo fuera. Tocó y pregunté quién. Vete, le dije. No habló más. Escuché la lana del abrigo frotar la madera mientras escurría para caer sentada en el escalón. La imaginé abrazada al bolso con el que partió. Ese bolsón de fin de semana, el que usábamos cuando —muy de vez en cuando— se nos ocurría dejar la ciudad. Eché los huevos en el sartén y el chiriar del aceite veló el sonido del klinex con el que seguramente se sonaría las narices.